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No. 52/53 - Enero/Febrero 1996

ASESINATO RABIN

El asesinato de Yitzhak Rabin y el Acuerdo de Paz de Oslo

por Phyllis Bennis (*)

El asesinato del primer ministro israelí Yitzhak Rabin por parte de un joven judío echó por tierra el mito político generalizado de que "los judíos no matan a judíos". Sin embargo, si bien puede no tener impacto inmediato en la actual etapa del Acuerdo de Paz de Oslo, la sustitución de Rabin puede desembocar en una solución menos satisfactoria para los palestinos respecto de los temas restantes en ese injusto acuerdo.

Luego del asesinato del primer ministro Rabin por parte de un joven israelí judío de derecha, Israel y la mayoría de los israelíes no serán los mismos. Para Palestina y los palestinos, no ocurre lo mismo.

El asesinato, aparentemente producto de una conspiración más amplia de fanáticos antipalestinos que comprende a miembros de unidades militares israelíes de elite, ya está teniendo un impacto manifiesto en la política siempre irritable de Israel. Pero si bien no se han aventado completamente los peligros, las consecuencias en el ya insuficiente "proceso de paz" pueden ser mucho menos significativas que las secuelas para la cultura nacional de Israel.

En el país el asesinato ha traído el fin de muchas ilusiones asombrosa y ampliamente sostenidas con respecto a la naturaleza y al nivel de unidad del "pueblo judío". Por más rencoroso que se tornara el debate, la mitología decía que había sitio para todas las opiniones en el amplio consenso sionista, y que un judío jamas mataría -jamás podría matar- a otro judío por una diferencia política. Inclusive dejando de lado la brutalidad antipalestina de origen colonial que ha caracterizado durante mucho tiempo al sionismo político, la ilusión de que "los judíos no matan a judíos", por supuesto, nunca fue cierta.

Incluso antes de la fundación de Israel, no hay más que mirar la violencia y hasta el homicidio que siempre fueron rasgos característicos tanto de las relaciones entre las fuerzas militares sionistas conservadoras, Haganah y su fuerza de choque Palmach, como de sus rivales extremistas revisionistas -Irgun y Stern Gang, grupos en los cuales los ex primeros ministros israelíes Shamir y Begin jugaron papeles preponderantes- y entre los propios grupos terroristas.

Más recientemente, el asesinato -prácticamente el linchamiento- del activista de paz Emil Grunzweig durante una manifestación por la paz en Israel en 1983 desmiente la leyenda de que "los judíos no matan a judíos".

No obstante, la mitología se plantó y se transformó en un componente clave de la vida política de Israel. Como consecuencia, el asesinato de Rabin a manos de un judío israelí dio pie a una ola de intenso debate nacional sin precedentes en la historia del país.

La división política de la población israelí en sus opiniones sobre la guerra del Líbano en 1982 fue tal vez el antecedente más cercano a la actual división sobre el proceso de paz Rabin-Peres-Arafat. Luego de la masacre de Sabra-Shatila en setiembre de 1982, 400.000 israelíes manifestaron contra la guerra.

Pero en ese momento el examen de conciencia nacional no tuvo la forma actual. La información que surge con relación a la posible participación o por lo menos anuencia del asesinato por parte de rabinos ortodoxos puede indicar otra futura división entre judíos seculares y religiosos.

En lo inmediato y a corto plazo, el período subsiguiente al asesinato probablemente suponga más apoyo al Partido Laborista de Rabin y a sus negociaciones de paz con la OLP. La repugnancia hacia el asesinato y hacia los extremistas religiosos de derecha responsables del mismo es generalizada en todo el espectro político de Israel. Hubo un intenso esfuerzo inicial por desvincular al asesino confeso Yigal Amir y sus conspiradores de un clima más amplio de virulencia y difamación que caracterizó la política israelí de los últimos meses.

En efecto, reivindicaciones inmediatas de que Amir "actuó solo" fueron recogidas por conductores de noticieros y comentaristas de Tel Aviv a Nueva York. Pero el esfuerzo no logró sustentarse más de uno o dos días. Y los subsiguientes arrestos a conspiradores, vinculados no sólo con organizaciones extremistas de colonos sino también con soldados en servicio en unidades militares israelíes de elite y con rabinos que otorgan bendiciones para matar hicieron que la naturaleza nacional de la conspiración anti-Rabin resultara innegable.

¿Vínculos militares?

La especulación fue inevitable, y se formó una comisión de alto nivel para investigar las fallas del sistema de seguridad que permitieron que un hombre armado se acercara tanto al primer ministro. A una semana del asesinato de Rabin, fuentes de seguridad ya habían revelado que se les había informado del complot semanas antes, que la información incluía una descripción más bien detallada -, que resultó ser completamente precisa- de un estudiante de 25 años, bajo, de pelo oscuro, perteneciente a la Universidad Bar Ilan, quien dispararía al primer ministro.

La internacionalmente conocida -y actualmente muy avergonzada- Shin Bet afirmó que no tuvo "suficiente" información como para actuar sobre esas puntas. La información también indicaba sin profundizar que por lo menos uno de los supuestos conspiradores se desempeñaba en una de las unidades de elite más respetadas de Israel, la brigada Golani.

Entre otras cosas, los Golanis y sus boinas rojas son famosos en los campos de refugiados de Gaza por su particular brutalidad durante los despliegues anti-Intifada.

Pero más allá del posible origen de las armas y de cualquier error operativo, lo que queda claro es el fracaso ideológico que subyace a las fatales decisiones de los encargados de proteger al primer ministro. En los meses previos al asesinato de Rabin, altos jerarcas del gobierno reconocieron la retórica cada vez más violenta de la oposición, tomaron nota de las amenazas de muerte que con frecuencia se habían convertido en consignas antipacifistas en manifestaciones en favor de los asentamientos y ordenaron mayor seguridad para Rabin, Peres y otras autoridades de gobierno.

La amenaza representada por grupos terroristas judíos extremistas fue abiertamente analizada. Pero ocurre que no tuvieron en cuenta la profundidad de las hipótesis sionistas que socavarían sus esfuerzos de seguridad en el terreno.

Por más claras que hayan estado las esferas políticas en reconocer que los extremistas judíos representaban el peligro más grave, los responsables de haber instrumentado la mayor protección fueron simplemente incapaces de superar su convencimiento -casi innato y surgido de años de entrenamiento militar altamente ideologizado- de que la amenaza siempre proviene de afuera: de los palestinos, de los árabes, de los otros. La amenaza no viene, no puede venir de los judíos.

Rabin había jugado un papel clave en la creación de la Fuerza de Defensa de Israel; él pagaría con su vida el éxito de los cimientos racistas de sus propios militares.

Sociedad militarizada

También está claro que la naturaleza altamente militarizada de la sociedad israelí en su conjunto tuvo un papel preponderante en su asesinato. Con casi todo hombre y mujer israelí sirviendo dos o tres años en la Fuerza de Defensa Israelí, y con todo hombre de entre 21 y 55 años en servicio en las reservas (generalmente requiriéndose despliegues activos de varias semanas al año) y con armas entregadas por el gobierno en los hogares, es común ver gente joven armada hasta los dientes haciendo dedo en la carretera o simplemente caminando por la calle. Cuando uno se sienta en un café de Tel Aviv, debe tener cuidado de no darse con el UZI o el rifle de asalto que alguien haya dejado apoyado en una silla vacía. Ver a un joven judío israelí con una pistola, pese a la proximidad al primer ministro o a otras autoridades dirigentes del gobierno, no pone en alerta a los oficiales de seguridad.

A nivel electoral, el partido conservador de derecha Likud está asustado y a la defensiva. Pese a los esfuerzos transparentes de su líder Benjamin Netanyahu de negar toda responsabilidad e inclusive todo conocimiento de la retórica hiperbólica que caracterizó a la oposición derechista a Rabin y al proceso de paz, los medios de comunicación israelíes y probablemente la mayoría de los israelíes tienen dudas fundadas de que la creciente guerra de declaraciones haya brindado el ambiente propicio para Amir y sus cohortes de similar mentalidad.

Leah Rabin utilizó su intachable credibilidad como viuda del caído primer ministro para dejar en claro su propio sentido de dónde debe recaer la culpa. Su negativa a estrechar la mano de Netanyahu saboteó el intento de éste de iniciar una luna de miel reconciliatoria con el sucesor laborista de Rabin, Shimon Peres. Netanyahu fracasó así en su esperanza de iniciar esa luna de miel lo suficientemente pronto como para iniciar una campaña electoral y vencer a Peres en las elecciones de fines de 1996.

La interna política

Hasta ahora, Netanyahu no ha podido superar las comparaciones poco favorecedoras entre un dirigente político de mala fama y uno conocido y seguido como héroe de guerra israelí pragmático y sensato. No está claro si el aura de mártir de Rabin se extenderá al menos popular Peres. Este, que en su calidad de ministro de Relaciones Exteriores fue de hecho el artífice primario y promotor entusiasta del proceso de paz que Rabin aceptó sólo a regañadientes, tiene mucha menos credibilidad en la opinión pública; es considerado por los israelíes demasiado intelectual, demasiado orientado hacia Europa y, lo que es crucial, demasiado suave con los palestinos.

Rabin pudo lograr un importante respaldo -apenas una mayoría simple- para el proceso de paz. Lo hizo no a pesar, sino precisamente por su historia de ataques antipalestinos. Como ministro de Relaciones Exteriores durante los primeros cuatro años de la Intifada palestina, Rabin llamó a sus soldados a usar "poderío, fuerza y golpes" para reprimir el levantamiento, y para "romperles los huesos" a los niños palestinos que les tiraban piedras a los soldados de ocupación israelíes. Mientras que los Estados Unidos y otros gobiernos y medios de comunicación occidentales se horrorizaban, muchos o tal vez todos los israelíes abrazaban a Rabin como un líder en quien confiar.

Peres, por su parte, no aparece en la vida política después de años de haber sido líder de guerra. De hecho es ampliamente responsable de la creación de la capacidad nuclear de Israel, pero su logro estratégico jamás lo transformó en líder militar frente a la opinión pública.

Conforme a la nueva ley electoral de Israel, a ser aplicada por primera vez en 1996, el primer ministro será electo por voto popular directo, y no seleccionado a través de los primeros puestos de las listas de los partidos en las elecciones parlamentarias.

Eso significa que Peres va a ir parejo incluso con el menos popular, pero seguramente deberá competir con el experto en medios de comunicación Netanyahu.

Las pasiones que ha desencadenado el asesinato se enfriarán y tal vez este hombre de 45 años con sus poderosas conexiones en Estados Unidos pueda ser una opción atractiva con relación al Peres de la vieja guardia de los años setenta.

Si Netanyahu gana, inclusive con una mínima mayoría parlamentaria para el Likud y sus aliados de derecha entre los pequeños partidos que con frecuencia equilibran las elecciones israelíes, ha prometido que detendrá totalmente el proceso de paz.

El proceso de paz

Ese, por supuesto, es el eje al abordar cualquier evaluación del significado del asesinato de Rabin: qué significará para el proceso de paz con los palestinos. En el corto plazo no es probable que haya mucho cambio. En pocos días, Peres siguió adelante con el retiro parcial de efectivos en las ciudades de Cisjordania, y más recientemente Israel se retiró de la pequeña pero simbólica ciudad de Belén, que pasó a ser administrada por la Autoridad Nacional Palestina.

Esta continuidad estuvo además reforzada por reafirmaciones de apoyo internacional al proceso de paz desde el propio funeral de Rabin: desde el Rey Hussein de Jordania al presidente estadounidense Bill Clinton, y -de mala gana debido a las presiones internas- Hosni Mubarak de Egipto.

En el mediano plazo, las elecciones serán sin embargo, significativas. Si Netanyahu ganara la elección -o lo hiciera un sustituto, en el remoto caso de que sus afirmaciones transparentemente falsas y el rechazo helado de Leah Rabin hagan de Netanyahu una carga pesada para el Likud- y cumpliera su amenaza retórica de interrumpir el proceso de paz, la situación sería muy incierta.

La presión de Estados Unidos volvería a emerger con bastante fuerza, apuntando a mantener la estabilidad regional, dominada por Israel y respaldada por Estados Unidos, lo que recae sobre todo en los objetivos de Oslo.

Por el lado palestino, una medida de reimposición de efectivos israelíes en los centros poblados, por ejemplo, sentaría las bases por cierto para un reinicio de la Intifada, una interrupción del proceso en el actual nivel, la interrupción de las conversaciones finales, etcétera. Tendría un impacto mucho más incierto en el sentimiento popular.

Pero detener el proceso de paz de Oslo, con o sin Netanyahu, sigue siendo una posibilidad extremadamente improbable. Mucho más probable, tal vez con Peres a cargo, sería una continuación del proceso según su actual trayectoria.

Pero una vez que el horror del asesinato se haya desvanecido y la ventaja laborista generada por el afecto a Rabin se haya estabilizado, su sucesor va a tener que reconocer que un proceso de paz pos-Rabin significará probablemente un apoyo más endeble en la población israelí que bajo el control personal de Rabin. Una mayor precaución en la aplicación de las condiciones de Oslo -y especialmente en la iniciación de cualquier conversación que remotamente se parezca a negociaciones serias sobre el status final contencioso de Jerusalén, los refugiados, los asentamientos y la creación del Estado palestino- evitaría probablemente toda esperanza de satisfacer las más mínimas demandas palestinas.

El resultado es que la actual ambigüedad del "período intermedio" de Oslo se convierta en el "status final" más probable de los territorios ocupados.

En este "período intermedio" Israel otorga a los palestinos esencialmente derechos municipales, sin control del territorio contiguo, y mantiene cualquier vinculación con Gaza y Cisjordania operando al antojo de las "consideraciones de seguridad israelíes".

Los efectivos israelíes continúan permaneciendo en el 60% de Cisjordania, con los asentamientos judíos protegidos por militares israelíes y una nueva red de carreteras de colonización bajo el único control militar israelí dividiendo los territorios ocupados en enclaves al estilo de los bantustanes. Se mantiene para los palestinos el acceso muy limitado a trabajos en Israel e inclusive a Jerusalén oriental árabe, y los mayores avances económicos mantenidos bajo firme dominación israelí.

Israel ya ha obtenido la mayor parte de lo que quiere: el fin del boicot árabe, acceso a los mercados árabes con sus poderosos instrumentos económicos, estabilidad regional (con las negociaciones sirias como único obstáculo pendiente) patrocinada por Estados Unidos.

La clave para mantener todo esto es, por supuesto, la estabilidad en la región y especialmente en sus propios patios traseros: Cisjordania y Gaza.

De manera que el asunto para Peres y sus asociados será si pueden mantener tapada la insatisfacción palestina sin necesidad de contradecir la difícil opinión pública israelí.

Por último, con todas las debilidades y limitaciones de los acuerdos de Oslo ya incorporadas, no es probable que el asesinato de Rabin tenga un impacto importante en el proceso. Lo que los palestinos obtuvieron de Oslo -en particular el retiro de efectivos israelíes de los centros poblados, que equivale a que los padres palestinos pueden enviar a sus hijos a la escuela sin preocuparse de que puedan recibir un disparo de soldados de ocupación israelíes apostados en el techo del vecino- no es probable que se les quite.

Alguna otra cosa que ellos podrían lograr de lo que resta del acuerdo de Oslo, sin embargo, no llegará siquiera a ser suficiente con el reemplazo de Rabin.

La prensa

Vale la pena señalar algunas ideas acerca de cómo la prensa, especialmente en Estados Unidos -y en menor grado en todos los países del Norte- manejó el asesinato.

Hubo tres fases iniciales en la cobertura de prensa. En primer lugar la corrida para asegurarse de que la afirmación de Amir "actué solo" fuera ampliamente difundida. El New York Times, por ejemplo -habitualmente reticente a utilizar titulares del estilo tabloide- incluyó en los títulos a toda página tres hechos con igual énfasis: Rabin fue asesinado, el asesino fue un judío israelí, y dijo que "actuó solo".

En segundo término estaba el dolor: los televidentes de todo el mundo pudieron apreciar que todo comentarista o conductor de noticieros de la CNN estaba vestido de negro durante los días posteriores al asesinato y entre escenas sólo se pasaba música de funeral.

Sólo en tercer término se pudo identificar la participación de la derecha, incluida la derecha conservadora y su creciente retórica, aunque no examinada críticamente, como elemento principal en la preparación de la escena para acciones terroristas judías como el propio asesinato.

Más allá de ello, dos cosas resaltan de la cobertura de los medios en Estados Unidos. En primer lugar la imponente cantidad de tiempo en el aire, televisión, radio, servicios comerciales en línea, etcétera que se dedicó al tema. Fue equivalente a un derecho preferente de compra mayorista de toda la programación habitual, durante varios días, sólo superada por la dedicada a la muerte de un presidente estadounidense.

El otro elemento fueron las demostraciones de dolor personalizado, no sólo de los dirigentes mundiales, desde el "shalom chaver" o "adiós amigo" con voz acongojada de Clinton -que pronto se convirtió en un pegotín para parachoques en Tel Aviv- hasta la despedida en lágrimas del Rey Hussein en el funeral, combinaban con los tristes y acongojados medios de comunicación estadounidenses.

Uno se pregunta si veríamos algo remotamente parecido en cuanto a la movilización de recursos de emisión para informar acerca de la muerte, inclusive el asesinato, de dirigentes más estratégicamente significativos para los intereses norteamericanos como John Major, Jean Chretien o Jacques Chirac.

Héroe rompehuesos

Finalmente, conviene referirse al tratamiento dado a la propia historia de Rabin. Es una antigua aunque desafortunada tradición, tanto entre los políticos como en el periodismo que cuando alguien muere, especialmente si lo matan de repente "antes de llegar su hora", se convierte en héroe. La muerte transforma a todos, hasta a los peores pecadores en santos. Esto fue lo que ocurrió en la mayoría de las coberturas sobre Rabin.

Pero lo sorprendente no fue tanto la transformación de Rabin en mártir de la paz, sino el grado al que los periodistas incorporaron elementos significativos del pasado militar de Rabin, inclusive sus órdenes de "poderío, fuerza y golpes" y de "romper huesos", convertidos en elogios aduladores.

En el contexto de hipótesis ampliamente pro israelíes que dominan la cultura política estadounidense, esa historia militar no fue algo desagradable a dejar de lado por respeto a su muerte o a su familia.

En cambio, como se trataba de Israel -y por lo tanto toda actividad militar se convertía ipso facto en autodefensa- fue algo para sentirse orgulloso. Con lo cual Rabin pudo continuar siendo un héroe rompehuesos. De manera que la rápida elevación de Rabin a mártir de la paz no fue muy precisa. Yitzhak Rabin no había sido, ni se había convertido recientemente en un defensor de los derechos palestinos. No tenía compromiso alguno con la justicia palestina. Fue un líder militar que creó e impuso con frecuencia soluciones militares brutales contra los palestinos porque lo creía necesario para mantener la dominación de Israel.

Lo que distinguió a Rabin no fue que hubiera sido, ni que se hubiera convertido en algo semejante a un pacifista. Fue y siguió siendo un pragmático, que reconoció cómo cambiaba el mundo y cambió sus tácticas, no sus objetivos para reflejar esos cambios.

Luego de la Guerra Fría, luego de la Guerra del Golfo pudo mantener el dominio de Israel sin necesidad del mismo nivel de control militar directo; se podían usar otros medios. Se le debe reconocer esa flexibilidad pragmática.

Pero Rabin no fue partidario del movimiento de paz por el cual, sin embargo, fue uno de los caídos.

Es una triste ironía, tal vez, pero por cierto no sorprende que la hoja de papel en su bolsillo, agujereada y ensangrentada por la bala de su asesino, contenía la letra del himno de paz más popular de Israel. Rabin necesitaba la copia de la letra porque no la sabía.

(*) Phyllis Bennis es corresponsal en la ONU y el Oriente Medio. Es autora de From Stones to Statehood: The Palestinian Uprising; su libro más reciente es Calling the Shots: How Washington Dominates Today's UN.






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