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No. 147/148 - Enero/Febrero 2004

La paradoja de los transgénicos en Argentina

por Lilian Joensen y Mae-Wan Ho

Los impulsores de los alimentos manipulados genéticamente sostienen que son necesarios para combatir el hambre en los países en desarrollo y reducir el uso de plaguicidas. La experiencia, sin embargo, demuestra lo contrario: los cultivos transgénicos exacerbaron la pobreza y el hambre, incrementaron el uso de herbicidas, crearon nuevos riesgos para la salud, provocaron deforestación y destruyeron tierras agrícolas y medios de vida.

Argentina fue conocida alguna vez como el granero del mundo, además de un importante país ganadero. Hoy en día, el hambre y la pobreza extrema asolan a sus habitantes. Las causas de este cambio son desconocidas para el ciudadano común.
En los años 90, durante el gobierno neoliberal de Carlos Menem (1989-1999), la política económica estimulada por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial llevó a la privatización de los servicios de agua, electricidad, ferrocarriles, petróleo, gas, minería, etc. La economía fue informalmente dolarizada por el llamado “plan de libre convertibilidad” del peso, que fijó el valor de la moneda nacional al dólar. Así, se volvió más barato importar. La industria nacional no soportó la competencia y pronto sucumbió, mientras el capital transnacional obtenía rienda libre. Los recortes del gasto público provocaron un grave deterioro de los sistemas de salud y educación para la mayoría de la población.
En este marco, la investigación científica en las universidades y otras instituciones públicas fue secuestrada por las empresas multinacionales de biotecnología, lo que dio lugar a una orgía de experimentos transgénicos. Pronto, la agroindustria (Monsanto, Aventis, Dow, Bayer, Cargill, entre otras grandes empresas) controlaba libremente la política agrícola argentina.
Como resultado, Argentina produce hoy soja transgénica en casi 13 millones de hectáreas de su territorio. Esta enorme expansión ocurrió a expensas de los cultivos tradicionales de alta calidad y de la producción de ganado. Un país que producía alimentos variados y saludables para el óctuplo de su población, hoy debe importar leche, lentejas, arvejas, algodón y otros productos.
Unas 160.000 familias de pequeños agricultores argentinos abandonaron sus tierras en la última década, incapaces de competir con los grandes hacendados. La soja transgénica sirvió para exacerbar esta tendencia hacia la agricultura industrial, de gran escala, acelerando la pobreza.
La soja Roundup Ready de la empresa biotecnológica Monsanto requiere claramente más, y no menos, herbicidas que la soja convencional. En 2001, se utilizaron 9,1 millones de kilogramos más de herbicidas en plantaciones de soja transgénica que en la convencional. Además, el uso de glifosato se duplicó al pasar de 28 millones de litros en el período 1997-98 a 56 millones en 1998-99, y llegó a 100 millones en la última temporada (2002).
La soja Roundup Ready también rinde de cinco a 10 por ciento menos que las variedades no transgénicas cultivadas en suelos similares, como concluyeron estudios realizados en Estados Unidos. Científicos de la Universidad de Arkansas demostraron que el desarrollo de las raíces, la formación de nódulos y la fijación de nitrógeno son inferiores en algunas variedades de soja Roundup Ready, especialmente en condiciones de sequía o en campos de baja fertilidad. Esto se debe a que la bacteria simbiótica que fija el nitrógeno en la soya, la Bradyrhizobium japonicum, es muy sensible a la sequía y al Roundup.
Argentina comenzó a concentrarse en la exportación de soja cuando debió rembolsar deuda externa con ingresos obtenidos mediante productos básicos de exportación. En el último cuarto de siglo, la producción de soja aumentó a un ritmo sin precedentes, de una superficie de 38.000 hectáreas en la década de 1970 a 13 millones de hectáreas en la actualidad. Cerca de 70 por ciento de la soja cosechada se convierte en aceite, la mayoría del cual se exporta. Argentina provee 81 por ciento del aceite de soja y 36 por ciento de la harina de soja exportados mundialmente.
El mercado de la soja es floreciente, y la oferta de Monsanto de semillas de soja Roundup Ready subsidiadas y de glifosato barato en 1996 resultó irresistible para los agricultores argentinos.
Casi la totalidad de las 13 millones de hectáreas de cultivos de soja están ocupadas por soja transgénica, y en particular Roundup Ready. El algodón y el maíz transgénicos cubren otro millón de hectáreas en conjunto.
Monsanto también solicitó permiso para cultivar maíz Roundup Ready.
Argentina es actualmente el segundo productor mundial de soja transgénica. El país ha convertido su tradicional agricultura mixta y de rotación, que aseguraba la fertilidad del suelo y minimizaba el uso de plaguicidas, en un virtual monocultivo de soja transgénica.
Los problemas financieros de los agricultores seguramente empeorarán ahora que Monsanto comenzó a cobrarles regalías por sus semillas. Antes, los agricultores podían utilizar sin cargo las semillas obtenidas en sus cosechas. Ahora, casi 10 millones de hectáreas de tierras pertenecientes a pequeños agricultores en quiebra van a ser rematadas por bancos.
Ante el incremento de la pobreza, la superabundancia de soja y el déficit de otros productos agrícolas, el gobierno comenzó a promover la soja como una alternativa saludable a alimentos tradicionales como la carne y la leche. Así, lanzó la campaña Soja Solidaria. Los comedores populares comenzaron a servir comidas a base de soja, y los libros de cocina incluyen recetas también a base de soja. Como resultado, muchos argentinos consumen soja a diario.
Sin embargo, abundantes pruebas científicas demuestran que una dieta con demasiada soja puede tener efectos perjudiciales, como inhibir la absorción de calcio, hierro, cinc y vitamina B12. Los médicos argentinos ya están observando esos síntomas. Uno de los problemas más preocupantes es la pubertad temprana en las niñas, posiblemente vinculada con los altos niveles de fitoestrógeno de la soja.
Otros problemas de salud son consecuencia del uso extendido de glifosato (Roundup), que está invadiendo el suministro de agua. Trascendió que el producto es a veces rociado desde el aire, sobre campos, casas y personas. Los efectos más visibles son irritaciones de la piel y los ojos, pero informes de médicos y residentes locales sugieren también un pronunciado aumento de la incidencia de cáncer en poblaciones cercanas a cultivos de soja Roundup Ready.
Campesinos de Santiago del Estero, en el norte de Argentina, denunciaron amenazas de grandes terratenientes vinculados a empresas semilleras y respaldados por fuerzas policiales y parapoliciales que pretenden sacarlos de sus tierras para plantar soja Roundup Ready, aunque han vivido allí durante generaciones. Uno de los métodos que utilizan para intimidarlos consiste en prender fuego a los bosques y hacer disparos.
Estudios realizados en la Universidad de la Provincia de Formosa revelaron graves problemas de salud en comunidades de agricultores debido a la fumigación con pesticidas sobre campos vecinos cultivados con soja Roundup Ready. Su producción vegetal y animal, de la que dependen para vivir, ha sido completamente destruida. Un juez prohibió el uso de pesticidas sobre soja Roundup Ready, pero las grandes empresas ignoran la prohibición y siguen fumigando.
También han aparecido hierbas resistentes al Roundup, entre ellas Commelia erecta, Convulvulus arvensis, Ipomoea purpurea, Iresine difusa, Hybanthus parviflorus, Parietaria debilis, Viola arvensis, Petunia axillaris, Verbena sp, Hybanthu sparviflorus, Tragopogon sp, Senecio pampeanus, Sonchu soleraceus, Sonchu sasper y Taraxa cumofficinale. Para combatirlas, se volvió a utilizar herbicidas altamente tóxicos, a los que el glifosato supuestamente debía reemplazar, algunos de ellos prohibidos en otros países. Se trata de 2,4 D, 2,4DB, Atrazina, Paraquat, metsulfuron-metil e Imazetapyr. También ha surgido un hongo nuevo en Argentina (Phakopsora sp.), que se está extendiendo y requiere un fungicida adicional.
Para combatir el “complejo de insectos” que invade las plantaciones de soja (Nezara viridula, Piezodorus guildinii, Edessa meditabunda, Dichelops furcatus), se recomienda a los productores usar endosulfato junto con cipermetrina, cuya mezcla es extremadamente tóxica para las abejas y los peces, y muy tóxica para las aves. Las recomendaciones incluyen el precio de los insecticidas, incluso de la fumigación aérea.
El equilibrio agrícola de Argentina se vio gravemente afectado por la concentración en la exportación de soja. La producción tradicional de leche, trigo y carne disminuyó, y ahora el país importa lo que antes exportaba. Otros productos, como lentejas, arvejas, maíz dulce y distintas variedades de papa y boniato han desaparecido, junto con las industrias que los procesaban. Los productores de miel también fueron afectados por la contaminación transgénica, la pérdida de diversidad de flora y la muerte de abejas intoxicadas con herbicidas. Esto no sólo es malo para la economía nacional, sino también para la salud y la nutrición de toda la población.
La plantación de soja comenzó en la Pampa argentina, una de las seis regiones de mayor productividad agrícola del mundo, con unos nueve millones de hectáreas de suelo alguna vez rico en nutrientes y materia orgánica. Hace 10 años, se introdujo el método de siembra directa para reducir la erosión. Las semillas se plantan directamente en la tierra, sin ararla antes, y se utilizan herbicidas para eliminar las hierbas. La siembra directa es promovida como una técnica agrícola ambientalmente sustentable.
Cuando se lanzó la soja transgénica tolerante a herbicidas, fue ampliamente aceptada en Argentina, porque se adecuaba a la perfección al método de siembra directa. La tasa de adopción de la soja transgénica sobrepasó incluso las expectativas de los vendedores más optimistas de la industria, desde que los agricultores comenzaron a usar glifosato para eliminar hierbas en combinación con la soja transgénica, tolerante al glifosato.
Pero pronto aparecieron problemas. Aunque la siembra directa redujo el ritmo de erosión, aparecieron nuevas pestes, y el nivel de nitrógeno y fosfatos del suelo disminuyó de manera notable. Más recientemente, aparecieron hierbas resistentes a herbicidas, lo que hizo necesario el uso de productos más tóxicos, como ya se mencionó.
La conversión de tierras para plantaciones de soja Roundup Ready provocó deforestación en Argentina, con graves efectos sobre la biodiversidad y los recursos hídricos. “Hemos perdido más de 130.000 hectáreas de bosques”, lamentó Javier Corcuera, director de la Fundación Vida Silvestre de Argentina. “Si seguimos así, sólo podremos esperar más inundaciones y menos recursos naturales para la población”.
La técnica de la siembra directa con soja Roundup Ready, promovida como forma de reducir las emisiones de dióxido de carbono, provoca además la compactación del suelo, lo que exige más agroquímicos cada año.
“En Argentina, la historia de ‘éxito’ de la soja debe atribuirse principalmente al marketing de las compañías semilleras involucradas, y no a razones científicas ni a la experiencia agrícola”, afirmó Walter Pengue, Ingeniero Agrónomo especializado en mejoramiento genético de la Universidad de Buenos Aires.






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