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N° 159 - enero-marzo 2005

El enfoque de género en el análisis de la pobreza

por Karina Batthyány, Mariana Cabrera, Daniel Macadar

Aunque la pobreza afecta a hombres, mujeres, niños y niñas, es vivida de forma distinta en función de la posición de parentesco, la edad, la etnia, y el sexo de las personas. Dadas las circunstancias de las mujeres, asociadas con su biología (embarazos, lactancia, etc.), sus roles de género (cónyuge, madre, etc.) y su subordinación culturalmente construida, ellas enfrentan condiciones desventajosas que se acumulan con otros efectos de la pobreza misma.

La pobreza analizada desde los condicionantes de género constituye una nueva perspectiva que gana importancia a partir de los años 90. Los estudios que se enmarcan en esta preocupación “examinan las diferencias de género en los resultados y procesos generadores de pobreza, enfocándose en particular en las experiencias de las mujeres y preguntándose si ellas forman un contingente desproporcionado y creciente de los pobres. Este énfasis implica una perspectiva que resalta dos formas de asimetrías que se intersectan: género y clase”. (Naila Kabeer, Reversed Realities: Gender hierarchies in development thought. Ed. Verso, Londres, 1994).
Los estudios que constatan la existencia de desigualdades de género, particularmente los referidos al acceso y a la satisfacción de las necesidades básicas, permiten argumentar que “la pobreza femenina no puede ser comprendida bajo el mismo enfoque conceptual que el de la pobreza masculina”. (Kabeer, 1994).
Generalmente, los indicadores de pobreza son captados con base en información de hogares, sin reconocer las diferencias extremadamente grandes que en los mismos existen entre géneros y generaciones. Aunque sea usual y de utilidad captar y analizar esos indicadores, desde la perspectiva de género es necesario decodificar lo que pasa en los hogares, toda vez que estos espacios son ámbitos de convivencia de personas que guardan entre sí relaciones asimétricas enmarcadas en sistemas de autoridad interna.
A partir de estas consideraciones parece importante tener presente los siguientes elementos: a. Las desigualdades de género observables en los contextos familiares, que provocan un acceso diferenciado de los integrantes a los recursos del grupo doméstico, agudizan -sobre todo en los hogares pobres- la situación de carencia de las mujeres.
b. La división sexual del trabajo, aunque en la actualidad esté pasando por cambios muy grandes, se presenta organizada de forma aún muy rígida en los hogares.
La división del trabajo por sexo, al asignar a las mujeres el espacio doméstico, determina la “desigualdad en las oportunidades que ellas tienen como género para acceder a los recursos materiales y sociales (propiedad de capital productivo, trabajo remunerado, educación y capacitación), así como a participar en la toma de las principales decisiones políticas, económicas y sociales”. (Rosa Bravo, “Pobreza y desigualdad de género. Una propuesta para el diseño de indicadores”. Documento de trabajo, SERNAM, Santiago, 1998).
En efecto, las mujeres cuentan no sólo con activos materiales relativamente más escasos, sino también con activos sociales (ingresos, bienes y servicios a los que tiene acceso una persona a través de sus vínculos sociales) y culturales (educación formal y conocimiento cultural que permiten a las personas desenvolverse en un entorno humano) más escasos, lo que las coloca en una situación de mayor riesgo de pobreza.
Este menor acceso de las mujeres a los recursos debido a los limitados espacios asignados a ellas por la división sexual del trabajo y a las jerarquías sociales que se construyen sobre la base de esta división, determinan una situación de desigualdad en diferentes ámbitos sociales, fundamentalmente dentro de tres sistemas estrechamente relacionados entre si: el mercado de trabajo, el sistema de bienestar o protección social y los hogares.
Tomando en cuenta la dimensión relacional del concepto de género -en la medida que apunta a las relaciones entre hombres y mujeres- se analiza la pobreza de las mujeres considerando tanto el entorno familiar como social. En relación con la familia, la perspectiva de género mejora el entendimiento de cómo funciona el hogar ya que evidencia las jerarquías y la distribución de los recursos, cuestionando de este modo la idea de que los recursos al interior del hogar se distribuyen de manera equitativa y que las necesidades de sus miembros son iguales.
Otra de las contribuciones del enfoque de género al análisis de la pobreza ha sido el visibilizar la discriminación tanto en las esferas públicas como al interior de los hogares, evidenciando en ambas esferas relaciones de poder y distribución desigual de recursos.
Esta discusión conceptual sobre la pobreza tiene una importancia crucial en la medida que la definición de pobreza define también los indicadores para su medición, como lo plantea María del Carmen Feijoó, “lo que no se conceptualiza no se mide”. A su vez, es la conceptualización del fenómeno lo que determina el tipo de políticas a implementar para su superación. (María del Carmen Feijoó, “Desafíos conceptuales de la pobreza desde una perspectiva de género”. Documento presentado en la Reunión de Expertos sobre Género y Pobreza, Unidad Mujer y Desarrollo de CEPAL, CEPAL/OIT, Santiago de Chile, agosto de 2003).
Debido a que la medición de la pobreza se basa en las características socioeconómicas del hogar en su conjunto, no se pueden identificar las diferencias por género en el acceso a ciertos satisfactores básicos en el hogar. Además, hay que sumarle la limitante de la forma en que se recaba la información en las encuestas de hogares, donde se considera como único recurso el ingreso, dejando de lado el tiempo destinado a la producción y reproducción social del hogar.
En este sentido, por ejemplo Naila Kabeer advierte que para subsanar las limitaciones en la forma de medir la pobreza se requiere que la información esté desagregada tomando en cuenta las diferencias de los “seres y haceres” (beings and doings) al interior del hogar. Esto implicaría, según la autora, la necesidad de indicadores que reconozcan que la vida de las mujeres está gobernada por diferentes y en ocasiones más complejas restricciones sociales, titularidades y responsabilidades que los hombres, y que ésta se lleva a cabo en gran medida fuera del dominio monetarizado.
En esta conceptualización más amplia de la pobreza, otras dimensiones relevantes son la autonomía económica y la violencia de género, dimensiones raramente tenidas en cuenta en la mayoría de los análisis.

Medición de la pobreza desde una perspectiva de género

Las mediciones de la pobreza ocupan un papel relevante en el proceso de visibilización del fenómeno y en la elaboración e implementación de políticas. Las metodologías de medición están estrechamente vinculadas con la conceptualización que se haga de la pobreza, de allí que las mediciones puedan diferir pues apuntan a diversos aspectos de la pobreza. Como lo han hecho notar distintos enfoques, incluido el de género, estas metodologías no son neutras sino que todas ellas contienen elementos subjetivos y arbitrarios, incluso las que tienen una apariencia de mayor precisión y objetividad.
El aporte de la perspectiva de género a la ampliación del concepto de pobreza plantea la necesidad de definir nuevas formas de medirla con el objeto de dar cuenta de la complejidad y multidimensionalidad del fenómeno. En este sentido, el debate en torno a los aspectos metodológicos de la pobreza no se plantea como fin producir un único indicador que sintetice todas las dimensiones que comprende la pobreza. Por el contrario, se trata de explorar diferentes propuestas de medición que apuntan tanto a mejorar las mediciones más convencionales, advirtiendo sus ventajas y limitaciones, como a la elaboración de nuevas mediciones.

Medición del ingreso por hogar

La medición de la pobreza por medio de los ingresos es uno de los métodos más difundidos. Entre sus principales fortalezas se puede señalar que es un muy buen indicador cuantitativo para identificar situaciones de pobreza y en la lógica métrica monetaria, no existe otro método que entregue más de lo que entrega la medición por medio del ingreso. Por otra parte, existe una mayor disponibilidad de datos en los diferentes países para hacer una medición monetaria de la pobreza en comparación con los datos disponibles para la medición del fenómeno desde otros enfoques (capacidades, exclusión social, participativo). Permite además hacer comparaciones entre países y regiones, así como cuantificar el problema de la pobreza para propuestas de políticas.
Sin embargo, su objetividad y precisión - criticada por distintos enfoques de pobreza - no supone la ausencia de juicios o de elementos subjetivos.
Uno de los aspectos más controvertidos tiene relación con la capacidad del método para reflejar el carácter multidimensional de la pobreza. Se critica que la medición por ingreso enfatiza una única dimensión de la pobreza, la monetaria, y por ende sólo considera los aspectos materiales de ella dejando de lado aspectos culturales, como las diferencias de poder que determinan el acceso de las personas a los recursos, y sobre todo el trabajo doméstico no remunerado que es imprescindible para la sobrevivencia de los hogares, entre otros indicadores, que pueden reflejar de mejor manera el fenómeno de la pobreza y las diferencias en el bienestar entre los géneros.
Finalmente, otra crítica planteada a esta medición de la pobreza es que no toma en cuenta que las personas también satisfacen sus necesidades por medio de recursos no monetarios, por ejemplo, redes comunitarias, apoyo familiar, entre otros.
Desde un enfoque de género existe acuerdo con muchas de las críticas planteadas y se postulan otras que apuntan más específicamente a que la metodología basada en el ingreso per cápita del hogar, tomando como unidad de análisis el hogar, es insuficiente para captar la pobreza desde un enfoque de género, es decir, para comparar la situación de hombres y mujeres, haciendo invisibles sus diferencias y no dando cuenta de la verdadera magnitud de las mujeres pobres.
En efecto, la medición de ingresos per cápita por hogar presenta grandes limitaciones para capturar dimensiones de la pobreza al interior de los hogares y para dar cuenta de que los procesos vividos en los hogares determinan que hombres y mujeres experimenten de manera diferente la pobreza. Esto debido a que considera como unidad de análisis el hogar suponiendo que existe una distribución equitativa de los recursos entre sus miembros, homogeneizando de esta manera las necesidades de cada uno de ellos. Así, todos los miembros de un hogar pobre serían igualmente pobres.
Por otra parte, el método también presenta limitaciones para mostrar las desigualdades de género al no imputar como ingreso el trabajo doméstico no remunerado que se realiza en los hogares. El trabajo doméstico no remunerado puede significar una diferencia importante en el ingreso del hogar. Los hogares con jefatura masculina tienen mayores posibilidades de contar con el trabajo doméstico gratuito de la cónyuge y de no incurrir en gastos asociados al mantenimiento del hogar. Los hogares encabezados por mujeres tienen menores posibilidades de que esto ocurra y generalmente incurren en los costos privados que implica realizar el trabajo doméstico no remunerado, como poseer menos tiempo de descanso y ocio que pueden afectar niveles de salud física y mental, y menos tiempo para acceder a mejores oportunidades laborales y para la participación social y política.
Este método tampoco permite ver las diferencias entre hombres y mujeres en cuanto al uso del tiempo o patrones de gasto, elementos centrales para caracterizar la pobreza desde una perspectiva de género.
En relación a la distribución del tiempo, los estudios realizados confirman que las mujeres gastan más tiempo en actividades no remuneradas que los hombres, lo que indica que ellas tienen días más largos de trabajo que van en detrimento de los niveles de salud y nutrición.

Medición de la pobreza por ingresos desde la perspectiva de género

Como se ha planteado anteriormente, una dimensión de la pobreza es la autonomía económica, es decir, que las personas cuenten con ingresos propios para satisfacer sus necesidades. Para ello se indica la conveniencia de analizar al interior de los hogares la medición de la pobreza por medio de la medición individual. No se trata de reemplazar una medición por otra, sino que se plantea el trabajo con ambas mediciones pues sirven a propósitos distintos. La medición a nivel individual permite captar la pobreza de aquellas personas que no cuentan con ingresos propios, aún en hogares no pobres y visibilizar diferencias de género.
Estas mediciones de pobreza individual ilustran sus ventajas para visibilizar situaciones de pobreza que permanecen ocultas a las mediciones tradicionales (como la de aquellas personas que residen en hogares no pobres pero que no cuentan con ingresos propios) demostrando las mayores limitaciones de las mujeres para ser autónomas en términos económicos.

Trabajo no remunerado

El trabajo no remunerado constituye un concepto central en el análisis de la pobreza desde la perspectiva de género. Se ha argumentado ampliamente el status de trabajo de estas actividades que si bien no responden a la lógica monetaria, satisfacen necesidades y permiten la reproducción social; y se ha argumentado también respecto de su estrecha relación con los procesos de empobrecimiento de las mujeres. Se ha enfatizado también la necesidad de medirlo, para lo cual se han planteado diferentes propuestas. Básicamente la imputación de valor monetario al trabajo doméstico y la incorporación del mismo a las cuentas nacionales. Su medición, como se ha mencionado, marcaría además una diferencia importante en el ingreso del hogar entre aquellos que cuenta con una persona dedicada a estas labores domésticas y de cuidado (hogares con jefatura masculina) y aquellos que no cuentan con esta persona y que deben asumir los costos privados que implica la realización de este trabajo (hogares con jefatura femenina).

Medición del tiempo dedicado al “trabajo no remunerado”

Otra forma de medir y visualizar el trabajo no remunerado es a través de la asignación de tiempo. En este caso, se propone una conceptualización del trabajo no remunerado que comprenda el trabajo de subsistencia (auto-producción de alimentos, fabricación de vestimenta y servicios), doméstico (compra de bienes y adquisición de servicios del hogar, cocinar, lavar, planchar, limpiar, tareas de gestión en cuanto a la organización y distribución de tareas y gestiones fuera del hogar, tales como pago de cuentas, trámites, etc.), de cuidados familiares (cuidar niños y personas adultas o ancianas que implica trabajo material y un aspecto afectivo y emocional) y voluntario o al servicio de la comunidad (trabajo que se presta a no familiares, a través de una organización, laica o religiosa). Mediante la consideración del tiempo invertido en cada uno de estos trabajos se consigue visibilizarlos de manera que la sociedad los valore y pueda percibir las desigualdades de género en la familia y en la sociedad. Además, esta asignación de tiempo permite calcular el volumen de la carga total de trabajo, concepto que integra tanto los trabajos no remunerados como remunerados.

Síntesis final

El enfoque de género ha hecho importantes aportes conceptuales y metodológicos al estudio de la pobreza. En términos conceptuales, la perspectiva de género ha ampliado la definición de la pobreza planteando una conceptualización integral y dinámica del fenómeno que reconoce su multidimensionalidad y heterogeneidad. La perspectiva de género plantea una fuerte crítica a una definición de la pobreza basada sólo en el ingreso y destaca los componentes tanto materiales como simbólicos y culturales en los que inciden las relaciones de poder que determinan un mayor o menor acceso de las personas, de acuerdo a su sexo, a los recursos (materiales, sociales y culturales). En este sentido, es posible sostener que sin la perspectiva de género, la pobreza se entiende de manera insuficiente.
Las rupturas conceptuales planteadas por el enfoque de género al estudio de la pobreza han llevado a revisar sus mediciones más convencionales y explorar en nuevas mediciones del fenómeno. Un lugar importante en este debate lo ha ocupado el análisis de la medición del ingreso por hogar.
Específicamente en cuanto a las desigualdades de género, se indica que la medición de ingresos por hogar no captura las dimensiones de pobreza al in¬terior de los hogares, ya que supone la existencia de una distribución equi¬tativa de los recursos entre sus miembros, homogeneizando de este modo las necesidades de cada uno de ellos y considerándolos a todos igual¬mente pobres. También se indica que el método tiene limitaciones para mostrar las desigualdades de género al desconocer en términos monetarios la contribución al hogar del trabajo doméstico no remunerado. Por último, la medición de ingresos no capta las diferencias de género en cuanto al uso del tiempo y a los patrones de gasto, cuestiones que ayudan a caracterizar mejor la pobreza y a diseñar mejores políticas.
Las críticas al método de medición de ingresos por hogar han tenido por objeto replantearse la medición tradicional de la pobreza desde una perspectiva de género. En este sentido, una cuestión que surge con especial fuerza es la necesidad de imputar valor al trabajo doméstico no remunerado como una manera de valorizar la contribución de las mujeres a este trabajo y de reconocer el status de trabajo de estas actividades que resultan fundamentales para la satisfacción de necesidades básicas.

------------- Los autores integran el equipo de investigación en ciencias sociales de Social Watch.

------------- Este artículo es un extracto del estudio “El enfoque de género en el análisis de la pobreza: algunos elementos conceptuales”, que se publicará en el Informe Social Watch 2005.






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