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No. 176/177 - Enero/Febrero 2004

Crisis en la Unión Europa

El debate centro-periferia en Europa

por Joachim Becker

La actual crisis sobre la constitución europea también expresa una polémica de fondo entre dos opciones de integración: una unión más autónoma frente a otra alineada con Estados Unidos. Ese debate expresa una crisis profunda de cohesión y legitimidad.

El 13 diciembre de 2003 fracasaron las negociaciones sobre la constitución europea. No se logró un compromiso sobre la votación en el Consejo Europeo. Alemania y Francia apoyaron la propuesta de la Asamblea Constitucional Europea que prevé una ponderación de los votos que está especialmente ligado a la población de los países miembros y procedemientos más fáciles que los contenidos en el Tratado de Niza. Ese tratado ofrece más posibilidades de bloqueo a los países medianos y pequeños de la Unión Europea, y por lo tanto sus procedimientos fueron defendidos por España y Polonia.

Estas diferencias reflejan importantes dificultades en el proceso integrador europeo. Muchas veces, el fracaso de las negociaciones se interpretó como resultado de egoísmos nacionales. Pero ese tipo de lectura es superficial, y debe considerarse otra perspectiva: ese empate es la expresión de una fractura entre centro y periferia en la Unión Europea. Precisamente ese hecho hace que esa crisis sea particularmente importante para América Latina, ya que sus países también están avanzando en procesos de integración.

Es muy significativo el hecho de que el alineamiento en la discusión sobre la constitución europea es una reedición de las alianzas en el debate sobre la guerra contra Irak. En ese momento, Alemania y Francia lideraron el campo que defendió una solución multilateral en el conflicto del Golfo, mientras que España y Polonia se destacaron entre los aliados de los belicistas de Estados Unidos. El conflicto actual en la Unión Europea toca también la cuestión de la autonomía europea respecto a Washington. Los estados del centro europeo, encabezados por Berlín y París, defienden un proyecto de una Europa autónoma y neoliberal. Por lo tanto, aspiran a la creación de un núcleo significativo de normas comunes en la Unión Europea y a una cooperación más estrecha en la política exterior y militar. Su concepto implica dar unos pasos hacia conformar un Estado europeo. El avance en esta dirección es sólo posible si los procedimientos de votación permiten con una cierta facilidad la creación de mayorías que desean ir en ese sentido.

Frente a esa posición, los bloques dominantes en los países periféricos europeos quieren compensar su debilidad económica y política a través de una alianza con los Estados Unidos. El impulso de forjar alianzas con Washington es especialmente fuerte en el caso de gobiernos de derecha que consideran a Estados Unidos como un modelo de sociedad a seguir. Conciben la integración europea más como un proyecto económico que como un proyecto político. Desde su posición periférica, intentan atraer inversiones extranjeras y aumentar su competividad a través de bajar los estándares fiscales, sociales y ecológicos. En ese sentido, en los últimos meses, los políticos de Europa oriental se mostraron cada vez más críticos respecto de las restricciones impuestas por la normativa europea en los campos sociales y ambientales. Por ejemplo, los llamados “eurorrealistas” checos, alrededor del presidente Vaclav Klaus, criticaron lo que consideran el nacimiento de un “superestado” europeo. Desean más libertades para el Estado nacional para que se puedan bajar las normas sociales y ambientales.

Este tipo de estrategia cuadra bien con las políticas económicas de desarrollo depedentiente en gran parte de Europa oriental. Al comienzo de los años 90, unos estados con un bajo nivel de endeudamiento externo (principalmente Checoslovaquia -y después la República Checa y Eslovaquia-, Rumania y Eslovenia) buscaron desarrollar el capital nacional y adoptaron estrategias relativamente graduales de transformación. Los otros países (Hungría, Polonia, los estados bálticos) desde el comienzo basaron sus estrategias sobre el capital extranjero ofreciendo muchos incentivos (fiscales, salariales, etc.) a inversionistas extranjeros. Debido a distintas crisis financieras, cambios electorales y las presiones de la Unión Europea en las negociaciones de ingreso al bloque regional, las estrategias en Eslovaquia y Rumania se adaptaron al modelo dependiente de forma muy radical. En la República Checa y Eslovenia, las modificaciones de la estrategia ha sido más gradual. Como resultado, las economías se extranjerizaron mucho; a veces se generó una fuerte dependencia de unas pocas ramas controladas por el capital extranjero. Un caso muy emblemático es Eslovaquia que es cada vez más dependiente de las industrias de automóviles y de acero. Ese desarrollo dependiente provocó una polarización social. En los plebiscitos sobre la adhesión a la Unión Europea, fueron la incipiente burguesía dependiente y la clase media las que apoyaron activamente la entrada a la unión, con una alta abstención de los más pobres. Por lo tanto, el proyecto de la integración dependiente es un proyecto de “élite”.

Aunque muchos gobiernos de Europa oriental se mostraron críticos respecto de la táctica polaca y española en las negociaciones sobre la constitución europea, comparten la visión estratégica de estos dos gobiernos. Sectores nacional-liberales, como la ODS de Klaus, saludaron el empate de Bruselas como un fracaso del proyecto de “superestado” europeo.

Dado las divergencias de fondo, no parece muy probable que se logre un compromiso duradero. Al contrario, es muy posible que esas diferentes concepciones vuelvan a expresarse institucionalmente en un futuro no tan lejano. Por momentos parecería que la Unión Europea se enfrenta a mucho más que una polémica en una cumbre de jefes de Estado, sino que se abre en su seno un abismo en las concepciones de la integración. Eso explica que se postule una Europa de velocidad variable con un centro político y económico cada vez más integrado y una periferia ligada al centro más por el concepto de una zona de libre comercio que por lazos políticos. No obstante, se tiene que matizar el retrato. Hay unos gobiernos de la periferia que comparten la visión política del centro; es el caso de la socialdemocracia de Grecia. Mientras, del otro lado, existen algunos gobiernos liberal-conservadores del centro que no están tan lejos de la visión más librecambista y pro estadounidense. Esos matices, sin embargo, no cambian el carácter esencial del abismo en la Unión Europea.

La manera en que discurran los debates después de la Asamblea Constitucional agravará la crisis de legitimidad de la Unión Europea. Ya antes, se observó un déficit democrático de las instituciones europeas, y el debate constitucional fue concebido para remediar esa limitación. El texto constitucional brindó unos pocos avances democráticos, pero a la vez cimentaba una normatividad neoliberal que es un retroceso en la materia de derechos sociales en comparación con muchas constituciones nacionales. Por lo tanto, es cuestionable si la constitución propuesta realmente podría remediar la crisis de legitimidad europea. El hecho que algunos representantes gubernamentales que participaron en las deliberaciones de la Asamblea Constitucional, primero aprobaron sus resultados, para más tarde cuestionar algunos de sus resultados claves, aumentará el desencanto sobre los caminos actuales de la integración regional europea. Por lo tanto, la Unión Europea vive una doble crisis: una sobre la cohesión y la otra sobre la legitimidad.

------------- Joachim Becker es investigador y docente en economía política en la Universidad de la Empresa de Viena (Austria) e investigador asociado en D3E (Desarrollo, Economía, Ecología y Política América Latina).




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