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Tema de tapa


Nº 166 - julio/agosto 2006

Israel y Estados Unidos apuntan contra la democracia palestina

por Rachelle Marshall

Volver la espalda a Hamas y castigar a los palestinos que lo votaron no producirá ningún beneficio. La única forma de poner fin a la violencia es incluir a los líderes de Hamas en negociaciones de paz serias.

“En política, quemar puentes es lo más fácil, pero no tiene perspectiva alguna, no tiene futuro”.
Vladimir Putin, presidente de Rusia, 9 de febrero de 2006, al explicar por qué no declararía organización terrorista a Hamas.

“No es posible que Estados Unidos y el mundo vuelvan su espalda a un gobierno elegido democráticamente. No hay marcha atrás ahora”.
Farhat Asaad, portavoz de Hamas, 13 de febrero de 2006.

Lo que distingue al conflicto palestino-israelí de la mayoría de las tragedias históricas es la frecuencia con que lo absurdo se pone en el camino de la verdad. La ocupación militar de Cisjordania y la franja de Gaza por Israel durante treinta y ocho años ha privado a millones de palestinos de su tierra y sus medios de vida, y los ha encarcelado en un laberinto de muros y puestos de control. Topadoras israelíes demolieron sus casas, colonos israelíes destruyeron sus olivares y cultivos, y soldados israelíes mataron a sus hijos. Sin embargo, para Estados Unidos y sus aliados, Israel debe ser defendido y los palestinos deben renunciar a la violencia.
La incongruencia de esta visión fue especialmente evidente en la reacción a las elecciones palestinas del 25 de enero, en las que Hamas (Movimiento de Resistencia Islámica) ganó setenta y cuatro de los ciento treinta y dos escaños del parlamento. Los palestinos demostraron su compromiso con la democracia celebrando una de las elecciones más justas jamás realizadas en un país árabe, y lo que recibieron de los más acérrimos defensores de la democracia fue una amenaza de castigo. El Cuarteto que aprobó la ahora extinta “hoja de ruta” para Medio Oriente, formado por Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea y la Organización de las Naciones Unidas, se apresuró a anunciar que no daría ninguna ayuda financiera al gobierno palestino hasta que Hamas renunciara a la violencia y reconociera a Israel.
Mientras Estados Unidos y los europeos exigían que Hamas se comprometiera con la no violencia, Israel estaba ocupado matando palestinos. En las cuatro semanas siguientes a las elecciones del 25 de enero, fuerzas israelíes mataron al menos a veintisiete palestinos en Cisjordania y la franja de Gaza, mediante ataques aéreos y terrestres. Una de las víctimas fue una niña de nueve años que se había perdido en una “zona prohibida” de Gaza, otros fueron supuestos extremistas, y otros fueron jóvenes que arrojaban piedras a los soldados en una de las redadas del ejército israelí en Naplusa, en busca de radicales. Hamas ha respetado un cese del fuego desde diciembre de 2004.
Graham Usher advirtió en un artículo publicado el 20 de febrero en The Nation que si la Autoridad Nacional Palestina (ANP) fuera llevada a la quiebra, “el vacío podría ser llenado por la violencia, tanto intrapalestina como palestino-israelí”. Pese a tales advertencias, diplomáticos israelíes y estadounidenses planean formas de hambrear al gobierno encabezado por Hamas, para impedirle funcionar y obligar al presidente Mahmoud Abbas a llamar a nuevas elecciones que reinstauren a Fatah en el poder. Estados Unidos y la Unión Europea retiraron su ayuda a la ANP, mientras que Israel retuvo millones de dólares en aranceles aduaneros recaudados en nombre de la ANP.
Funcionarios israelíes criticaron persistentemente a Abbas por no desarmar a los extremistas, y se negaron a negociar con él. Pero inmediatamente después de la elección, el primer ministro interino Ehud Olmert prometió “cooperar” con Abbas y otros líderes de Fatah “con la intención de fortalecer a aquellos que reconocen el derecho de Israel a vivir sin terror y dentro de fronteras seguras”. Sin embargo, el cambio de actitud de Olmert llegó demasiado tarde. Los palestinos rechazaron el partido Fatah de Abbas en las elecciones debido a su corrupción e ilegalidad (trascendió que funcionarios de alto nivel saquearon hasta setecientos millones de dólares del Tesoro palestino) y a la ineficacia de Abbas en sus negociaciones con Israel, que han dejado a la población en las peores condiciones económicas. El plan de Estados Unidos e Israel de hambrear a los palestinos hasta la sumisión probablemente los acerque más a Hamas, en lugar de hacerlos regresar a sus antiguos líderes.
Es cierto que Hamas no reconoce a Israel y que está lejos de ser una organización pacífica. Su pacto de 1988 declara: “La tierra de Palestina es un fideicomiso islámico dejado a las generaciones de musulmanes hasta el día de la resurrección. Está prohibido ceder o conceder parte de ella”. Pero los pactos suelen convertirse en reliquias ignoradas. En todo caso, si cambiamos los términos “islámico” y “musulmanes” por “judío” y “judíos”, la declaración suena muy parecida a las enseñanzas de los rabinos ortodoxos y a las creencias de muchos israelíes.
La plataforma del partido Likud, aprobada el 7 de junio de 1996, dice: “El derecho del pueblo judío a la tierra de Israel es un derecho eterno, no sujeto a discusión... El río Jordán será la frontera oriental del Estado de Israel, al sur del lago Kinneret”. En otras palabras, Likud no reconoce el derecho de los palestinos a un Estado en Cisjordania y tampoco rechaza la violencia. El partido adoptó el 3 de enero pasado una resolución en la que urgió a Israel a “bombardear el reactor nuclear de Irán antes de que sea demasiado tarde”.
De hecho, ningún gobierno israelí ha reconocido el derecho de los palestinos a un estado independiente. El Partido Laborista y el Likud pueden ser diferentes en su estilo y discurso, pero sus políticas hacia los palestinos han tenido una notable continuidad. Ambos partidos han alentado la rápida proliferación de asentamientos judíos en los territorios ocupados, ambos se oponen al derecho de los refugiados palestinos a regresar, y ninguno de ellos está dispuesto a ceder a los palestinos el control pleno sobre Cisjordania y sus vitales recursos hídricos.
El asesinado Yitzhak Rabin, que pasó a la historia como un pacificador, de hecho traicionó las esperanzas alentadas por los acuerdos de Oslo, por vanas que fueran. Rabin duplicó la cantidad de asentamientos en tierras palestinas y demoró muchas de las concesiones que exigía el tratado, entre ellas el repliegue de soldados israelíes de ciudades cisjordanas. Incluso podría decirse que la serie de acontecimientos que condujeron a la reciente victoria electoral de Hamas comenzó cuando Rabin era primer ministro.

El legado de Rabin

En febrero de 1994, después que un colono judío llamado Baruch Goldstein irrumpiera en la mezquita Ibrahimi, en Hebrón, y matara a tiros a veintinueve fieles musulmanes, Rabin impuso un toque de queda a miles de residentes palestinos de esa ciudad. Soldados israelíes golpearon y dispersaron a los palestinos que protestaban frente al hospital local donde estaban internadas víctimas sobrevivientes. En lugar de desmantelar los asentamientos ilegales que albergaban a extremistas como Goldstein, Rabin permitió que los colonos circularan libremente por la ciudad, protegidos por soldados israelíes. Hamas respondió con ataques suicidas e Israel a su vez cerró las fronteras de Cisjordania y la franja de Gaza, castigando así a decenas de miles de trabajadores palestinos y sus familias.
Desde entonces, Israel aumentó la población de colonos en más de cinco por ciento al año, además de construir barreras y rutas “solo para judíos” que quitaron todo significado al proceso de paz. Ariel Sharon, ahora incapacitado, estuvo desde el principio decidido a imponer su propia solución al conflicto. Ari Shavit informó en un artículo publicado en la revista The New Yorker el 23 y 30 de enero que ya en abril de 2001 Sharon pensaba “llevar a los palestinos al caos político y después atraerlos hacia un acuerdo parcial, bajo las condiciones de Israel”.
Exactamente un año después, Sharon lanzó la “Operación Escudo Defensivo”, una reinvasión masiva de Cisjordania. The New York Times describió así los efectos de la ofensiva: “Se puede afirmar que la infraestructura vital y la de cualquier Estado palestino futuro (calles, escuelas, torres de electricidad, caños de agua, líneas telefónicas) ha sido devastada”. Según Nigel Roberts, del Banco Mundial, se aplastó una administración civil palestina que “funcionaba bien y ofrecía buenos servicios”.
Ni el posterior encierro de Yasser Arafat en su complejo de Ramala ni el de los palestinos detrás de barricadas y puestos de control pudieron impedir atentados suicidas, pero acercaron a la ANP al “caos político” que Sharon buscaba. Según un editorial publicado en la revista israelí Challenge en su edición de enero-febrero, “la destrucción de la ANP creó un vacío que permitió a Sharon anunciar que no había ningún socio palestino... y en ese vacío entró Hamas”.
Los líderes de Hamas llenaron ese vacío principalmente brindando a los palestinos servicios sociales como escuelas, atención de la salud y asistencia social, y lo hicieron sin enriquecerse. Hamas también llevó adelante gobiernos más eficientes en las localidades donde ganó elecciones municipales, y a diferencia de Fatah y sus milicias rivales, pudo imponer la disciplina a sus combatientes y mantener un cese del fuego de catorce meses. Sin embargo, un gobierno dominado por Hamas enfrentará inmensos obstáculos.
La mayoría de los principales líderes de la organización han sido asesinados y muchos otros se encuentran en prisiones israelíes, entre ellos quince de los recién elegidos. Israel no permitirá que los legisladores de Hamas residentes en Gaza asistan a sesiones parlamentarias en Ramala, y los miembros residentes en Cisjordania podrían ser arrestados si lo hacen, por lo tanto las sesiones parlamentarias deberán realizarse por videoconferencia. Hamas también podría tener dificultades con los servicios de seguridad palestinos, de 70.000 miembros, controlados por autoridades de Fatah reacias a ceder poder.
Pero el problema básico para cualquier gobierno palestino, según Joel Beinin, de la Universidad de Stanford, es la continuación de la ocupación israelí. Beinin, profesor de historia de Medio Oriente, escribió en un artículo reciente que “una democracia sustancial exige respeto a la ley, protección de las libertades civiles y los derechos de las minorías, seguridad física, un nivel de vida razonable, soberanía e independencia política”. Los palestinos, bajo la actual ocupación, “no tienen nada de eso”, afirmó.
Con la victoria electoral en marzo del nuevo partido Kadima de Israel, dirigido por Olmert, los derechos que Beinin considera esenciales seguirán fuera del alcance de los palestinos. Olmert prometió llevar adelante el plan de “separación” de Sharon, según el cual Israel se anexará los enormes asentamientos que se extienden por Cisjordania, mantendrá su soberanía sobre una Jerusalén “eterna e indivisible” y seguirá controlando la zona fronteriza con Jordania. El muro que serpentea por territorio palestino y rodea a ciudades y localidades palestinas se convertirá en una frontera permanente.
Como resultado, los palestinos quedarán confinados a enclaves urbanos rodeados de carreteras y barreras israelíes, mientras que Israel controlará sus fronteras, sesenta por ciento de sus tierras y sus principales recursos hídricos. Es una solución que busca la rendición más que la paz, y que ningún palestino estaría dispuesto a aceptar. Además, el plan también pondrá en riesgo la seguridad de Israel. Una prisión al aire libre al lado de Israel, con una economía sofocada y una pobreza rampante, será un campo fértil para la furia y la desesperación, que conducirán a la violencia.

Hablando de paz

La alternativa es un acuerdo negociado que ambas partes puedan aceptar. Pero las negociaciones de paz deben realizarse entre enemigos, no entre amigos, para que sean duraderas. Los votantes palestinos estuvieron dispuestos a arriesgar su futuro eligiendo a una organización islámica, porque ésta les ofrecía esperanzas de un gobierno más honesto y eficiente. Israel, Estados Unidos y la Unión Europea, que tienen mucho menos que perder, deberían respetar esa elección. Volver la espalda a Hamas y castigar a los palestinos que lo votaron no producirá ningún beneficio. La única forma de poner fin a la violencia es incluir a los líderes de Hamas en negociaciones de paz serias e insistir en que Israel detenga sus ataques a los palestinos.
El presidente ruso, Vladimir Putin, dio una señal de sensatez al negarse a etiquetar a Hamas como organización terrorista e invitar a sus líderes a Moscú para discutir posibles soluciones al conflicto de Medio Oriente. Funcionarios israelíes consideraron la oferta de Putin “una puñalada por la espalda”, pero los líderes de Hamas aceptaron la invitación de inmediato. Previamente, habían manifestado su deseo de entablar conversaciones con cualquier miembro de la comunidad international. Inmediatamente después de la elección, Ismail Haniyeh, un alto dirigente de Hamas que se convirtió en primer ministro del nuevo gobierno, pidió que continúe la ayuda a Palestina, diciendo: “Los miembros de Hamas estamos dispuestos a sentarnos a dialogar en forma abierta. Les aseguramos que el dinero será invertido bajo su supervisión”. El máximo dirigente político de Hamas, Jaled Meshal, escribió en un artículo publicado en un diario palestino el 3 de febrero el siguiente mensaje a los israelíes: “Si están dispuestos a aceptar el principio de una tregua de largo plazo, nosotros estamos dispuestos a negociar con ustedes las condiciones de esa tregua”.
Este mensaje está muy lejos de ser una amenaza de destrucción a Israel, y recuerda que negociaciones con grupos como el Ejército Republicano Irlandés (IRA) y el Congreso Nacional Africano, alguna vez considerados terroristas, finalmente lograron terminar con la violencia. Azza Karam, del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), dijo el 5 de febrero en una charla en la Universidad de Stanford que incluso los radicales islámicos deben ser “políticos” una vez que están en el poder. “El nuevo gobierno electo necesitará mejorar las desastrosas condiciones de los campamentos de refugiados palestinos, organizar servicios sociales y sentarse a la mesa con Israel”, afirmó. Karam advirtió que Occidente podría crear mártires al negarse a tratar con Hamas y observó que “como cualquier movimiento, el islamismo comprende moderados, radicales e intermedios”.
La política de amenazas y confrontación de Washington hacia gobiernos de Medio Oriente considerados hostiles a los intereses estadounidenses e israelíes sin duda fortaleció a los radicales islámicos. La invasión y ocupación estadounidense de Irak y Afganistán, supuestamente para combatir el terrorismo, no ha hecho más que aumentar la cantidad de combatientes y provocar una violencia sin fin. Casi cinco años después de la invasión de Afganistán, fuerzas estadounidenses enfrentan la resistencia de un Talibán que resurge y sus aliados. Los ataques aéreos estadounidenses, que matan más civiles que combatientes enemigos, generan aún más hostilidad. También están en aumento los ataques contra fuerzas estadounidenses en Irak, junto con la violencia sectaria, y las condiciones de vida para los iraquíes comunes son hoy mucho peores que bajo el gobierno de Saddam Hussein.
Según la Oficina General de Contabilidad de Estados Unidos, la producción de petróleo y la disponibilidad de energía eléctrica, saneamiento y agua potable son muy inferiores a los niveles previos a la invasión. Los ataques insurgentes son en gran parte responsables, pero también lo son la corrupción y la ineficiencia, que han bloqueado los esfuerzos de reconstrucción. Robert Stein, auditor y director financiero de la autoridad estadounidense de ocupación, recientemente se declaró culpable del robo de millones de dólares de fondos iraquíes y estadounidenses, de haber aceptado al menos un millón en sobornos y de haber adjudicado contratos de construcción a amigos. Uno de éstos tenía una mansión en Bagdad donde ofrecía favores sexuales de mujeres a funcionarios sobre los que pretendía influir.
Ante estas revelaciones, es fácil imaginar la reacción de muchos palestinos cuando un presidente estadounidense que invadió dos países islámicos, cuyo gasto militar asciende a medio billón de dólares y que defiende la tortura y la detención indefinida sin juicio les dice que deben renunciar a la violencia y reconocer la legitimidad de un país que ocupa ilegalmente sus tierras.

----------------- Rachelle Marshall, miembro de la Unión Judía Internacional por la Paz, es una editora independiente que reside en Stanford, California, y escribe con frecuencia sobre asuntos de Medio Oriente.

Ésta es una versión editada de un artículo que se publicó por primera vez en The Washington Report on Middle East Affairs (abril de 2006).






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