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Ambiente

Lunes 3 de Abril de 2006

La larga espera

por Tony Juniper

Quince años es demasiada espera para que nuevas centrales de energía nuclear comiencen a funcionar. Si vamos a ocuparnos del cambio climático, debemos empezar ahora.

Cuando en la agenda política se introducen cuestiones ambientales, el espacio que éstas crean tiende a ser ocupado por intereses creados, comerciales o políticos. Por ejemplo, las empresas que promueven cultivos modificados genéticamente tratan de ganarse el consentimiento del público o el necesario respaldo político para sus productos aprovechando la preocupación de la gente por los pesticidas, la extinción de especies y el hambre. Esas empresas afirman que todos estos problemas pueden solucionarse con sus productos.

Del mismo modo, la industria nuclear se ha movilizado para aprovechar al máximo la nueva oportunidad que ofrece una de las principales preocupaciones del mundo actual: el cambio climático.

El debate público tiende a acalorarse en el año 2006. Los grupos de presión pronucleares han llevado adelante una eficaz campaña de confusión del público, hasta el punto de convencer a muchos de que no tenemos otra alternativa que adoptar la energía nuclear para frenar la amenaza mucho mayor del cambio climático.

Sin embargo, el debate nuclear casi no se ha detenido a responder algunas preguntas básicas. ¿En qué proporción puede la energía nuclear reducir las emisiones de gases de invernadero? ¿Cuántas centrales serán necesarias para lograr eso? ¿Cuánto costará construirlas? ¿Cuánto tiempo insumirá? ¿Qué otra cosa podríamos hacer con ese tiempo y dinero? ¿Estamos dispuestos a que todos los demás países cumplan con sus obligaciones de reducción de emisiones a través de la energía nuclear? Las personas que responden a éstas y otras preguntas suelen ser consideradas “ideológicamente opuestas” a la energía nuclear.

De este modo, se ha establecido el marco de las actuales consultas del gobierno británico sobre política energética. Esta opción crítica y controvertida nos recuerda los motivos de la invasión de Iraq.

La decisión de ir a la guerra fue adoptada mucho antes de que el público lo supiera. Aunque un pequeño círculo político interno sabía lo que iba a ocurrir, se creó a propósito una confusión pública, mientras se difundían historias alarmistas sobre la supuesta reserva de armas químicas de Saddam Hussein.

En reacción a estos informes, muchos preguntaron si la decisión de invadir Iraq no estaba ya tomada. Los ministros insistían en que no, y explicaban que se estaban recabando más datos de inteligencia. Parte de estos “datos” fueron compartidos con el público: por ejemplo, que Iraq podría lanzar un ataque químico que dejaría a Occidente sólo 45 minutos para responder. La compilación de datos de inteligencia resultó en lo que se conoció como “Informe Dodgy”.

Deliberadamente, se dejó que el público hiciera por sí mismo la conexión con el terrorismo mundial. Era una conexión fácil de hacer, porque todo el mundo hablaba de terrorismo. Así, las personas que se pronunciaban contra la guerra podían ser fácilmente acusadas de oponerse a la “guerra contra el terrorismo”.

Lo mismo sucede con la cuestión nuclear. Informes de prensa publicados estratégicamente en primera plana del diario The Times, por ejemplo, explican por qué precisamos energía nuclear, aparentemente basados en una entrevista exclusiva con el propio primer ministro Tony Blair. Otros artículos preguntan si ya se ha tomado una decisión. “No”, es la respuesta. Habrá más consultas, dicen los ministros.

Siguen más y más notas periodísticas, entre ellas algunas que alertan sobre la escasez de energía. Se repite que se realizarán consultas para estudiar todos los aspectos del asunto. A su debido tiempo, llega la “elección difícil” que Blair dice tener que adoptar (“difícil” en el sentido de que no ha logrado el necesario respaldo popular).

Este proceso de decisión cuidadosamente concebido cuenta con el apoyo de una estrategia periodística y política implementada por los intereses pronucleares que construyen y operan las nuevas estaciones. Ellos han promovido sus ideas entre líderes de opinión, que en general saben tanto de fusión nuclear, reacciones en cadena y reprocesamiento como los peces saben de Platón. Sin embargo, sus artículos no dejan de difundirse.

Suponiendo por un momento que el ministro de Energía es lo que dice ser (“neutral”) y que el primer ministro acepta su consejo neutral basado en hechos (pese a la costosa campaña pronuclear), ¿qué factores deben tomarse en cuenta al decidir si debemos construir una política energética realmente sostenible?

Según la versión oficial, hay dos preguntas clave. Una se relaciona con el cambio climático y cómo podemos avanzar hacia una economía con bajo consumo de carbono; la otra es cómo podemos obtener fuentes seguras de energía para el futuro.

¿Cómo encaja aquí la energía nuclear? Para empezar, esta energía no es neutral en materia de carbono. Tanto la extracción y refinación del uranio como la fabricación de combustible, la disposición de desechos radiactivos y la construcción y el desmantelamiento de centrales, consumen grandes cantidades de energía fósil.

También está el tema del alcance de la energía nuclear. Este tipo de energía sólo provee electricidad. Por lo tanto, no servirá por ejemplo para reducir las emisiones derivadas de la calefacción y el transporte. Aunque duplicáramos nuestra actual capacidad nuclear, sólo reduciríamos en ocho por ciento las emisiones de gases de invernadero.

Además, recordemos que nadie ha prohibido nuevas construcciones nucleares. Nadie las construye porque implican enormes costos y riesgos de inversión. Por eso, los cabilderos pronucleares buscan aportes multimillonarios para viabilizar su industria agonizante.

Por supuesto, todas las fuentes de energía reciben incentivos oficiales, incluso las renovables. Pero ¿estaría nuestro dinero bien gastado en la energía nuclear? La respuesta es “no”. Hay cosas mucho mejores que podemos hacer con él. Un estudio estadounidense reveló que un dólar invertido en ahorro de energía puede lograr una reducción de la emisión de carbono siete veces mayor que un dólar gastado en energía nuclear. Sin embargo, sólo podemos gastar nuestro dinero una vez. Si lo invertimos en energía nuclear, no podremos invertirlo en otra opción.

En Estados Unidos, como en Gran Bretaña, se han destinado enormes subsidios a la construcción de plantas nucleares. De hecho, Estados Unidos tiene más de esas plantas que ningún otro país, pero también tiene el más alto índice de emisión de dióxido de carbono por habitante. Por lo tanto, la capacidad de las plantas nucleares de frenar el cambio climático es muy limitada, por ser optimistas.

Una mejor opción sería fomentar la energía renovable y un uso más eficiente de la energía, fabricar vehículos más limpios y reducir el nivel del tránsito, instalar sistemas de microenergía en los edificios y hacer más limpia y eficiente la generación de energía fósil.

Todo esto tiene un importante beneficio adicional: podemos empezar ahora. Para obtener nueva energía nuclear, deberían pasar al menos 15 años. Para entonces, quizá ya no importe lo que hagamos con respecto al cambio climático, porque sería demasiado tarde.

De manera similar, en materia de seguridad energética, se ha exagerado el papel de la energía nuclear. Muchos artículos de periódicos e informes y entrevistas de televisión han afirmado que debemos nuclearizarnos para enfrentar la escasez de petróleo. Sin embargo, la mayor parte de nuestro consumo de petróleo se destina al transporte, no a la generación de energía, y es muy poco lo que la energía nuclear puede hacer para cambiar esto.

El camino más sensato sería estimular la caminata y el uso de bicicletas, mayor suministro local de alimentos y vehículos más eficientes, comenzando por la tecnología híbrida disponible actualmente. Francia, una de las cinco potencias nucleares, experimentó un aumento en sus emisiones de dióxido de carbono y debió incrementar sus importaciones de crudo, porque no hay nada que pueda hacer para reducir la dependencia del petróleo en el transporte.

Con respecto al gas, con frecuencia se dice que no debemos buscarlo en países lejanos, porque eso provocaría inseguridad. Sin embargo, la mayor parte de nuestras importaciones de gas en las próximas décadas procederán de Noruega.

Quizá la mayor contribución a la seguridad energética sea el aumento de la eficiencia. Un reciente estudio de la Comisión Europea estimó que es posible ahorrar 40 por ciento de energía en toda la Unión Europea, sin necesidad de afectar nuestra comodidad. Eso nos ahorraría miles de millones de euros a los usuarios.

El simple cambio de nuestras lámparas de luz tradicionales por otras más eficientes nos ahorraría una planta nuclear. El uso combinado de calderetas a gas para calefacción y otros usos domésticos ahorraría otras dos. La modernización de los motores eléctricos de robots industriales, cintas transportadoras y otras máquinas podrían ahorrar tres plantas más. La oportunidad es inmensa, y podemos empezar ahora.

Además, por supuesto, están todas las fuentes renovables que nos rodean, y que apenas hemos comenzado a explotar. Para cuando comiencen a funcionar nuevas centrales nucleares, en 15 años o más, ¿quién sabe qué tipo de fuentes de energía podríamos usar si invirtiéramos nuestro dinero de otro modo? La energía eólica ya está aumentando su eficiencia con la puesta en uso de nuevas turbinas. Es esa tecnología la que nos ofrece verdadera seguridad.

El “lobby” nuclear empezó bien su campaña de resurrección. Sin embargo, si se analizan las verdaderas preguntas y se brindan respuestas honestas mediante un proceso neutral, esa campaña fracasará. ­ Third World Network Features

Acerca del autor: Tony Juniper es director de Amigos de la Tierra.

Este artículo fue publicado por primera vez en Resurgence (Nº 235, marzo/abril de 2006).




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