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Análisis / Trabajo


No. 132 - Abril 2000

Globalización puede provocar olas migratorias abruptas e implacables

por Chakravarthi Raghavan

Las políticas de reestructura impuestas por la globalización causan conmoción social e inseguridad económica, lo cual desemboca en un aumento de la presión migratoria. "En un mundo de ganadores y perdedores, estos últimos no se limitan a desaparecer sino que buscan otro lugar hacia el cual dirigirse", indica una nueva publicación de la Organización Internacional del Trabajo.

Las políticas de globalización que permiten el libre movimiento transfronterizo de capital y productos, pero no de personas, no reducen el flujo migratorio internacional sino que, por el contrario, provocarán un aumento de la presión respecto de las políticas migratorias en los próximos años, advierte la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en su última publicación, titulada Workers without frontiers – The impact of globalization on International Migration (Trabajadores sin fronteras – El impacto de la globalización sobre la migración internacional).

Su autor, Peter Stalker, anuncia que el libre movimiento de los bienes y capitales entre los países ricos y pobres no será suficiente para compensar las necesidades de empleo en los países del Sur en desarrollo. Por el contrario, es probable que la agitación social causada por la reestructura económica afecte a los menos privilegiados de cada comunidad y los obligue a buscar trabajo en otro lado.

El número total de inmigrantes en el mundo supera ahora los 120 millones y sigue creciendo. En 1965 había 75 millones de inmigrantes en el planeta. El desarrollo económico de los países más pobres podría frenar la emigración, pero aún falta un tiempo para que eso suceda. "Las personas empezarán a creer que quedarse en sus hogares es la mejor solución a largo plazo recién cuando vean que el desarrollo es una realidad alcanzable", puntualiza Stalker.

El motivo principal del flujo migratorio actual es la búsqueda de buenos trabajos y mejores pagas que en el país de origen de cada inmigrante. Los mexicanos que se fueron de su país ganando en promedio 31 dólares por semana pasan a recibir 278 dólares semanales como inmigrantes ilegales en Estados Unidos. Los trabajadores indonesios dejan salarios de 0,28 dólares diarios en su país para ganar dos dólares más por día en la vecina Malasia. La hora de trabajo en una fábrica se paga 0,25 dólares en China e India, 0,46 dólares en Tailandia, 0,60 en Rusia, 1,70 en Hungría y 2,09 en Polonia, mientras que en Gran Bretaña se paga 13,77 dólares, en Australia 14,40, en Canadá 16,03, en Estados Unidos 17,20, en Francia 19,34, en Japón 23,66 y en Alemania 31,88, según un estudio citado por el autor.

Crisis de inseguridad

El director del Departamento de Estrategias de Empleo de la OIT, Werner Sengenberger, advierte en el prólogo que "este libro resulta inquietante porque la globalización tiende a provocar un aumento de la presión migratoria en varias partes del mundo, según se vio hasta ahora". Los procesos de integración a la economía global contribuyeron a la desorganización que provocaron el desarrollo capitalista y la modernización. Esto se manifiesta de manera diferente según los países, pero "el resultado general es una crisis de inseguridad económica".

El director general de la OIT, Juan Somavía, pronunció un discurso en la X Sesión de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) en el cual proponía una distinción entre lo que significa globalización en términos de cambios tecnológicos y de comunicación, que no se pueden revertir, y de políticas e instrumentos que utilizan los gobiernos para adaptarse al proceso de globalización, que sí se pueden cambiar. "La globalización produjo un incremento de la inseguridad entre marginados y desempleados, pero además afectó a todos los sectores de la sociedad, incluso a los integrantes de las clases medias que tienen empleo y que no saben lo que les sucederá en el futuro, o no pueden preverlo para sus hijos", recalcó.

Somavía hizo un poderoso llamado a los gobiernos para que sus acciones y políticas sean coherentes con lo que sucede a nivel internacional, a fin de poder controlar esta situación social explosiva, pero no propuso soluciones específicas.

"La preocupación que despierta la globalización es tal que, ya sea bienvenida o temida, se la acepta como algo nuevo, sobrecogedor y fuera de control humano", comenta Stalker en su libro. Pero "eso está lejos de ser cierto. En varios aspectos, lo que realmente atravesamos ahora es la última fase, que no es necesariamente la más dramática, de un proceso que lleva un siglo de duración’’, puntualiza el autor. "Lejos de ser remoto e incontrolable, se trata en realidad del resultado de una elección deliberada. No hay que negar el significado de lo que está sucediendo en la economía mundial, pero es importante ser realista en cuanto a la escala y el carácter del cambio", insiste.

La fuerza de trabajo de los países pobres crecerá de 1.400 millones a 2.200 millones entre 1995 y 2025, y ni el comercio ni la inversión, en su nivel actual, serán suficientes para absorber a esos potenciales trabajadores. La globalización podría ser una ayuda indirecta con su modalidad de lanzar a las economías más pobres a la competencia, incitar a la productividad y estimular en general a los países a crecer a mayor velocidad, pero no hay respuestas para su impacto directo, advierte Stalker.

También existen graves problemas de distribución. Si la globalización causa un impacto grave sobre la tendencia migratoria mundial, habrá que proceder de un modo más uniforme e igualitario. Hasta ahora la modalidad ha sido desequilibrada dado que los mayores beneficios fueron para aquéllos que ya estaban adelantados en la carrera. Muchos países pobres apenas sintieron, hasta ahora, la expansión del comercio mundial. Los menos desarrollados, que albergan a 10 por ciento de la población mundial, tienen una participación comercial de sólo 0,3 por ciento, lo cual equivale a la mitad de la proporción vigente hace dos décadas.

Existen desequilibrios similares en el flujo de la inversión extranjera directa, lo cual desvía aún más los ingresos internacionales. El ingreso mundial por persona se triplicó entre 1960 y 1994, pero ahora hay casi una centena de países donde dicha cantidad es inferior que en la década del 80 e incluso, en algunos casos, que en la del 70 y el 60.

"La globalización podría terminar por reubicar a los países en nuevas categorías de riqueza y pobreza, en lugar de borrar las diferencias. Los países subsaharianos, por ejemplo, aún figuran como meta de la tendencia migratoria internacional. Pero el éxodo hacia Sudáfrica y el flujo de africanos que se mueven por la frontera relativamente floja de Europa oriental podrían ser los precursores de lo que se avecina", anuncia Stalker.

Y aunque la globalización enriquezca a los países en su totalidad, podría aumentar las disparidades internas. India y China, que juntas albergan a la mayoría de la población pobre del planeta, podrían integrarse mucho más a la economía mundial. "De todos modos, eso podría significar que la mayoría de su pueblo siga siendo marginal, aunque con los recursos suficientes para viajar a otro país en busca de trabajo", puntualiza.

También se plantea el problema del tiempo. Incluso ante los pronósticos más optimistas, hay pocas dudas acerca del aumento de las presiones migratorias en las próximas décadas en caso de que los países se sigan desarrollando. "Esto podría ser un obstáculo temporario, como lo sugiere la historia. Pero no hay garantías de que la historia no se repita y la posteridad podría tener otras ideas", señala Stalker.

"Los países en desarrollo más pobres intentan industrializarse en un ambiente de competencia feroz. En un mundo de ganadores y perdedores, estos últimos no sólo no desaparecen sino que buscan otro lugar para ir", agrega. "Lo que podría ser un problema temporario puede convertirse en cambio en un ascenso implacable y demoledor", insiste.

Stalker analiza la etapa actual de globalización en perspectiva y señala que aunque se juzgue en términos de comercio, corriente de capitales y apertura de las economías, convergencia de tasas de interés en el corto plazo o incluso el alcance de las acciones del comercio multinacional, "el mundo del siglo XIX estaba más globalizado que el actual". Las economías no están tanto más abiertas ahora que antes.

Históricamente, los aspectos comerciales de la globalización han estado íntimamente ligados al crecimiento y la caída de las estados nacionales. Al principio, la emergencia de uno de esos estados dependía mucho de los medios modernos y de sistemas uniformes de educación que servían para crear y mantener la identidad nacional y el poder del Estado. Ahora, en cambio, parecería que "esta era de globalización corroe la autoridad del Estado y el significado de las fronteras nacionales".

La retracción del Estado dejó mucho espacio para las empresas privadas, tanto a escala nacional como internacional, y ese proceso se vio acelerado con la caída del comunismo, pero además varios gobiernos se dirigen en la misma dirección y eligen reducir su poder. "Esto tiene consecuencias profundas sobre la gobernabilidad y el derecho mundial, ya que las instituciones mundiales de la actualidad que deberían haber asumido parte de las funciones que cedieron los gobiernos nacionales, aún son bastante débiles", comenta.

La globalización no es algo monolítico e imparable sino una compleja red de procesos interrelacionados, y algunos están sujetos a mayor control que otros. "La migración internacional es uno de los que más se presta para una intervención. Los gobiernos están menos dispuestos ahora a bloquear el flujo comercial o financiero, pero en cambio actúan mucho más enérgicamente cuando se trata de personas", indica Stalker.

Según el factor de igualación de precios que postulan las teorías económicas neoclásicas, los bienes, las personas y el capital que se mueven a través de las fronteras nacionales deberían tender a igualar los precios, con lo cual se podría llegar a una suerte de equilibrio porque las brechas salariales entre los países representarían un costo migratorio.

En la etapa de globalización previa (1870-1913), los factores principales fueron el comercio y el flujo migratorio. Cerca de 70 por ciento de la convergencia salarial de entre 1870 y 1910 se debió a la inmigración masiva y el equilibrio sólo se logró por factores comerciales, según un estudio realizado por J. Williamson (1995). Las corrientes migratorias del pasado sirvieron para que las distintas economías se acercaran entre sí. Pero en los últimos tiempos, la resistencia política a la inmigración amortiguó esa convergencia.

En esta nueva etapa, el flujo migratorio potencial se debe a las diferencias salariales existentes en ocupaciones abiertas a la inmigración, recalca Stalker, y compara los sueldos que ofrecen México y Estados Unidos, Polonia y Alemania, e Indonesia y Malasia para una misma tarea.

Comercio y migración

Stalker cita datos que muestran las consecuencias del empleo de inmigrantes en los países industrializados. Los inmigrantes de Estados Unidos están más expuestos a la competencia extranjera que los ciudadanos del país y los negros y las mujeres sufren aún más desigualdades en este sentido. Ciertas industrias, como la de la indumentaria, dependen sobre todo de los inmigrantes, en particular mexicanos, y son también los sectores donde se corre mayor riesgo de penetración de la importación.

Existen pruebas similares en Europa respecto de Francia y de España, aunque menos concluyentes en este último caso. Además, parte de las industrias que necesitan protección para no sucumbir ante la competencia extranjera son las que emplean a un alto número de inmigrantes. Existen algunos ejemplos en agricultura (la experiencia México-Estados Unidos).

En cuanto a las consecuencias del libre comercio sobre la emigración, Stalker señala que la liberalización hace desaparecer puestos de trabajo en las industrias de los países en desarrollo que no pueden competir, lo cual provoca un aumento del desempleo.

En México, por ejemplo, 500 firmas de ingenieros de la capital quebraron cuando el país se integró al Acuerdo General sobre Comercio y Aranceles (GATT) y bajó sus aranceles. La pérdida de puestos de trabajo fue grave, pero los afectados eran trabajadores especializados y encontraron empleo rápidamente en otro lado.

La situación podría ser muy distinta en la agricultura, sobre todo porque las exportaciones agrícolas de Estados Unidos y Europa están subsidiadas e inundan el mercado. Y "el dumping en la agricultura se acepta como una práctica de comercio legítima", comenta Stalker. En Filipinas, por ejemplo, donde los contingentes de importación de alimentos están siendo sustituidos por aranceles y restricciones, las importaciones de Estados Unidos costarán 30 por ciento menos que el precio actual y para el 2004 la brecha aumentará a 39 por ciento. Según Oxfam, si Filipinas abandona su política proteccionista, las importaciones harán peligrar el sustento de medio millón de hogares filipinos, lo cual equivale a 2,5 millones de personas.

En México, el pronóstico es similar para los pequeños productores de maíz -que son pobres a pesar de recibir subsidios- ya que desaparecerán a causa del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). De este modo, los campesinos mexicanos tendrán que librar batalla contra los productos estadounidenses que sí están subsidiados, por lo cual se prevé que alrededor de 800.000 agricultores abandonarán el sector rural y unos 600.000 de ese total emigrarán a Estados Unidos.

Es posible que el libre comercio termine creando nuevos empleos, pero en lo inmediato, el incremento de las exportaciones del mundo industrializado hace que aumente el desempleo en el Sur en desarrollo y estimula la emigración. "Si la liberalización comercial se llevara a cabo más lentamente, se reduciría la conmoción (social) de los países más pobres y de todos modos se obtendrían beneficios a largo plazo", asegura.

¿Acaso el movimiento de capital y no de personas resulta benéfico? Y ¿en qué proporción contribuye la inversión extranjera directa (IED) al desarrollo tecnológico, comercial, de recursos humanos y de formación de capital? La IED podría contribuir al crecimiento, pero en el conjunto suele ser una consecuencia en lugar de una causa. Y la experiencia histórica sugiere que la IED no se dirige hacia los países con mayor potencial para la emigración sino más bien hacia los que reciben inmigrantes. Por ejemplo, Bangladesh, Filipinas y Pakistán no han sido sus destinos favoritos.

En cuanto al desarrollo tecnológico, las transnacionales no transfieren sus funciones de investigación y desarrollo a las filiales extranjeras, y esto se aplica incluso a las inversiones que se realizan en los países industrializados, señala Stalker. La transferencia de tecnología es considerablemente menor en el caso de los países en desarrollo de donde la emigración de personas es más numerosa. Y los países que más tarde se desarrollen serán los grandes perdedores a nivel tecnológico. Un estudio de la Corporación Financiera Internacional muestra que, en la actualidad, la probabilidad de transferencia de la producción más sofisticada en términos tecnológicos hacia los países en desarrollo tiende a disminuir.

Consecuencias sobre las tasas de empleo

Los cambios que provocan las transnacionales en las tasas de empleo del país anfitrión son muy pequeños. En 1993, el total de empleos en dichas compañías era de 73 millones, lo cual representa entre dos y tres por ciento del total de la fuerza de trabajo. Estas firmas tampoco multiplican los puestos de trabajo rápidamente. Aunque el total de la IED se multiplicó por siete entre 1975 y 1993, el total de empleos no llegó a duplicarse siquiera.

Podría producirse algún efecto indirecto sobre las tasas de empleo a través del eslabonamiento descendente y la integración de la economía y es probable que dicho impacto sea mayor en ciertas ramas de la industria, como la automotriz, que en otras, como la textil. La OIT calcula que las transnacionales proveen la misma cantidad de empleos tanto directa como indirectamente. Pero incluso en ese caso, el total no superaría el cinco por ciento, lo cual equivale a una modesta contribución si se considera que controlan cerca de un tercio del activo productivo del mundo.

La conexión más directa entre la IED y las fuentes de trabajo se da en las zonas de procesamiento de exportaciones. En 1990, había 230 en 70 países pobres, y daban empleo a cuatro millones de personas, lo cual representa 45 por ciento del total de puestos que brindan las multinacionales en el mundo en desarrollo. Pero no todas esas zonas se deben a la IED. China tiene el mayor número de trabajadores en ese sector, que eran subcontratados por compañías de Hong Kong. Pero ahora, la mayoría de las zonas de procesamiento de exportaciones son propiedad de capitales "nacionales" gracias a su nuevo estatuto de Región Administrativa Especial de China.

La segunda mayor concentración de zonas de procesamiento de exportaciones se encuentra en México, donde las industrias de la maquiladora mostraron ser muy atractivas para la IED, al comienzo procedente de Estados Unidos pero ahora también de otros países. Las maquiladoras proveían nuevos empleos permanentemente, pero no hicieron nada para reabsorber a los ex braceros (trabajadores zafrales del campo que emigraron a Estados Unidos). Los braceros eran hombres, en su mayoría, mientras que las maquiladoras emplean mujeres. El resto de la industria mexicana tiene un volumen de producción parecido, pero ofrece trabajo a 2,9 millones de personas o el cuádruple que las maquiladoras.

La pregunta acerca de si el flujo migratorio internacional resulta equilibrante porque provoca una convergencia de salarios se mantiene abierta. En varios países, el número de emigrantes no es tan importante como para que se recorten los puestos de trabajo y aumenten los sueldos. Y en los que reciben inmigrantes en busca de trabajo, aún no hay pruebas conclusivas porque los efectos son muy suaves.

De todos modos, surgirán objeciones sociales y políticas antes de que la inmigración llegue a causar un impacto fuerte en el mercado laboral. Una vez que empieza, el flujo migratorio internacional adquiere un ritmo propio y es mantenido por una compleja red privada, comercial y gubernamental. La intensificación de las comunicaciones promoverá la aparición de más comunidades transnacionales que brinden sus propias redes. Además, el tráfico de inmigrantes ya es una industria organizada y multimillonaria.

Los países industrializados también tendrán una cuota de empleos previstos para inmigrantes en los próximos años por factores demográficos y porque sus ciudadanos no desean hacer ciertos trabajos. "Si la globalización hace que se multiplique el número de trabajos situados en la base de la escala de empleos, sobre todo en servicios, podría obligar a que aumente la demanda de trabajadores. Este pronóstico no es inevitable. Tanto los estados como las empresas podrían preferir mejorar los salarios y las condiciones laborales a fin de que ciertos puestos sean más atractivos para los ciudadanos del país", explica Stalker. "Pero dado que incluso la fijación de los salarios mínimos causa tantas tensiones, parece poco probable que suceda (esto último), lo cual hace que la mayoría de los países industrializados tengan una demanda irreductible de trabajadores inmigrantes".

También aumentó la demanda de profesionales altamente calificados, como es el caso de los programadores informáticos. Cada año, decenas de miles de dichos trabajadores llegan a Estados Unidos contratados por firmas empleadoras que reclutan personal extranjero. Pero los críticos señalan que "esos profesionales importados son contratados por sus empleadores como ‘tecnobraceros’, el equivalente tecnológico de los trabajadores de campo inmigrantes".

Mientras la globalización siga su curso, el flujo de profesionales podrá no aumentar, pero se volverá más complejo. En la actualidad hay escasa resistencia a esos flujos porque solían llenar brechas en lo alto de la escala de empleos. Pero ahora que las agencias de empleo empezaron a buscar personas educadas, especializadas, dispuestas a viajar y a aceptar contratos de corto plazo, es posible que los profesionales nacionales que se sientan amenazados por la presencia de trabajadores extranjeros más baratos decidan que llegó la hora de hacerse oír.




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