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No. 73 - Primera quincena de Octubre 1995

Patentes de vida (II)

Una moderna "fiebre del oro"

por Philip L. Bereano (*)

El gobierno de Estados Unidos financia cinco grandes consorcios de la industria y de la Universidad que trabajan con material genético de los países en desarrollo, mientras la Secretaría de Comercio fija sus propias leyes para solicitar el registro de patentes sobre formas de vida.

Un miembro de la RAFI (Rural Advancement Foundation International/Fundación Internacional para el Avance Rural) examinaba una base de datos sobre patentes en busca de información agrícola, cuando se topó con una solicitud presentada por la Secretaría de Comercio de Estados Unidos de derechos de patente sobre la línea de células de una indígena guaymi de Panamá, de 26 años de edad.

Por primera vez, un solicitante -vergonzosamente, un Departamento de nuestro propio gobierno- intentó detentar la propiedad monopólica sobre el genoma de una persona viva. Se creía que esas células contenían cualidades antivirósicas especiales. Si bien en la solicitud figuraban dos estadounidenses como los "inventores", no queda para nada claro que extraer sangre a la mujer cuando fue al hospital para que la atendieran y aislar las células represente de algún modo lo que el estadounidense corriente (y más aún Thomas Jefferson) consideraría una "invención".

La RAFI se puso en contacto inmediatamente con los guaymi quienes, por supuesto, no tenían la menor idea de que eran candidatos a ser objeto de monopolización. También alertó a un grupo de activistas internacionales que se habían congregado en Ginebra en setiembre bajo los auspicios del Grupo de Trabajo en Biotecnología, de Estados Unidos.

La mujer guaymi exigió que Estados Unidos retirara su reclamo de derechos de patente y devolviera la línea de células a la tribu. RAFI y otros grupos activistas la apoyaron, e incluso llevaron a su presidente a Ginebra para impugnar la solicitud de patente en la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) ante una reunión intergubernamental de las partes de la Convención sobre Biodiversidad y ante la Secretaría del GATT. Los miembros de los partidos verdes encabezaron la oposición en el Parlamento Europeo y, a principios de noviembre de ese año, el gobierno estadounidense retiró su pedido.

El presidente guaymi efectuó la siguiente reflexión: "Nunca me imaginé que la gente pudiera patentar animales y plantas. Es esencialmente inmoral, contrario a la visión que el pueblo guaymi tiene de la naturaleza y de nuestro lugar en ella. Patentar material humano (...) extraer ADN humano y patentar sus productos (...) viola la integridad de la vida misma y nuestro sentido más profundo de la moralidad".

A la caza de los genes

No obstante, acto seguido se descubrió que el gobierno de Estados Unidos había presentado otras dos solicitudes de patente sobre líneas de células humanas de pueblos indígenas de las islas Salomón y de Papua Nueva Guinea. Desestimando una carta de protesta del embajador de las Islas Salomón, el Secretario de Comercio de Estados Unidos, Ron Brown, declaró que "Conforme a nuestras leyes, así como a las de muchos otros países, la materia objeto de una solicitud de patente que esté vinculada a células humanas es patentable, y no existe ninguna disposición que estipule que haya que tener en cuenta el origen de las células objeto de la solicitud." En el Departamento de Brown funciona la Oficina de Patentes de Estados Unidos, que ha creado su propia "legislación" en el tema, ofreciendo a Brown suficiente cobertura como para descartar tales consideraciones.

La ingeniería genética permitió a los científicos convertir algunos animales de corral -vacas y ovejas- en fábricas químicas en miniatura, productoras de leche con un rico contenido de proteínas humanas. La inserción de genes humanos en animales suscitó algunas objeciones éticas, tanto por parte de movimientos de defensa de los animales como de autoridades religiosas y personalidades preocupadas por los temas éticos. Increíblemente, el 10 de febrero de 1988, la Universidad de Baylor solicitó derechos de patente que incluían la alteración genética de una mujer para que pudiera ser utilizada como fábrica de fármacos -llamada jocosamente por activistas europeos la "mujer farmacia"-. El abogado inglés que representó a la universidad dijo que la solicitud había sido redactada expresamente con un sentido amplio porque "Alguien, alguna vez, podría decidir que los seres humanos son patentables" y por lo tanto quería asegurarse derechos monopólicos para la producción de productos farmacéuticos de importancia de los pechos de la mujer.

722 comunidades indígenas

Como lo evidencia la situación de los guaymi, las comunidades humanas tienen variaciones pequeñas, y a veces significativas, entre los 100.000 genes que se calcula contienen las células de nuestro cuerpo. Por ejemplo, es por todos conocido que los habitantes del poblado de Limone, en los Alpes italianos, tienen una incidencia bastante más baja de enfermedades cardíacas que los pobladores de los valles contiguos. El cruzamiento endógeno de poblaciones biológicas relativamente aisladas (plantas, animales o seres humanos) puede producir y mantener esas variaciones. Sobre esta base, científicos estadounidenses están buscando financiar un gran proyecto llamado Proyecto de Diversidad del Genoma Humano, que sacaría muestras de aproximadamente 10.000 a 15.000 seres humanos de 722 comunidades indígenas o aisladas.

Con un costo global de unos 35 millones de dólares, el proyecto destinará más dinero a extraer muestras de sangre que el PNB per cápita de cualquiera de los 110 países más pobres del mundo.

Si bien los científicos aducen estar inspirados en una curiosidad puramente intelectual, no hace falta mucho para darse cuenta de que si se aislaran sustancias como el preventivo contra las enfermedades cardíacas presente en Limone, enseguida surgirían fuertes presiones para venderlas.

Es de suponer que sería inevitable que esas partes del genoma humano terminaran siendo patentadas y comercializadas, más allá de lo que afirmen -ingenuamente o a sabiendas- los científicos. Esta posibilidad originó una fuerte oposición por parte de los pueblos indígenas y sus defensores de los países desarrollados.

Los científicos que trabajan en el proyecto del Genoma Humano están ansiosos por empezar a colectar estos "grupos aislados de interés histórico", porque "representan grupos a los que hay que sacarles muestras antes de que desaparezcan como unidades integrales, y así se podrá conservar el papel que han desempeñado en la historia de la humanidad."

Ubicando el proyecto en perspectiva, es chocante que una sociedad del Primer Mundo que no les ofrece a las comunidades indígenas ni siquiera rudimentos de salud pública, medicina preventiva o tratamientos curativos (permitiendo que enfermedades evitables como el cólera y la polio se tornen endémicas) les pedirá a esas comunidades que le entreguen algo que puede ser positivo para el cuidado de nuestra salud. Después de haber dominado la mayor parte de los recursos minerales y vegetales de los pueblos indígenas, ahora estamos hablando de sus propios cuerpos como el último recurso a explotar.

Contra el Proyecto Genoma

Los pueblos indígenas de todo el mundo han condenado de forma unánime el Proyecto Genoma Humano. El jefe León Shenandoah, del Consejo de Jefes de la nación onondaga, envió las siguientes palabras en tadodaho a la National Science Foundation: "Vuestro trabajo es antiético, invasor y tal vez hasta criminal. Viola los derechos colectivos y los derechos humanos de nuestros pueblos y de los pueblos indígenas de todo el mundo. Su proyecto pone en juego las estructuras genéticas de nuestro ser."

A pesar de la oposición, el Proyecto Diversidad del Genoma Humano continúa adelante.

La manipulación genética de leves variaciones del genoma de una especie ha dado lugar a numerosas solicitudes de patente. Pero incluso muchos de los que piensan que en ese caso es justificable la protección que brindan los derechos de patente tanto sobre el genoma alterado como sobre sus nuevos productos, están azorados por la osadía de varias empresas que intentan expandir el monopolio reclamando la posibilidad de patentar el genoma en su totalidad. En esas "patentes de especies" se incluye la reivindicación de derechos exclusivos sobre el 90% del genoma cuya evolución fue producto de la naturaleza, posibilitada por la fertilización cruzada de infinidad de pájaros e insectos, y que refleja milenios de prácticas de cultivo y alteraciones llevadas a cabo por los pueblos indígenas.

Aun cuando ya se han concedido patentes de ese tipo (por ejemplo, a Agracetus sobre algodón y soja), Estados Unidos y algunas oficinas de patente de otros países están reconsiderándolas a la luz de los temores planteados por diversos ciudadanos y científicos. En este contexto, es interesante observar que las estimaciones de un estudio reciente ubica entre 4.000 y 5.000 millones de dólares la ganancia anual de los países desarrollados devengada del uso de recursos genéticos agrícolas del Tercer Mundo ("propiedad intelectual indígena").

Otro intento de ampliar la noción del monopolio de una patente es la solicitud de derechos de patente sobre genes humanos específicos y sobre fragmentos de genes humanos, cuya función ni siquiera se conoce. Esta situación, que trasciende los hechos del caso Moore, resulta tan controvertida, incluso entre los científicos, que el primer solicitante (un investigador del Instituto Nacional de Salud) se vio obligado a alejarse de las esferas oficiales; ahora está tratando de conseguir la patente con el auspicio de una empresa privada. No obstante, los científicos de la Organización Internacional del Genoma Humano (HUGO) hace poco hicieron una declaración en apoyo de la posibilidad de patentar ADN humano. Sólo se oponen a la patente de genes parciales o, en los casos en que se desconoce la función biológica de la secuencia de genes; categorizan ese trabajo como "mecánico" y "de rutina", por cierto no al nivel de innovación con el que debería estar asociada una patente.

Fiebre del oro moderna

El 24 de octubre de 1992, los periódicos informaron que un investigador había logrado la clonación de embriones humanos. En realidad no se trataba de un avance técnico porque simplemente era la aplicación de técnicas de clonación, ampliamente utilizadas en embriones de animales mamíferos, esta vez en un embrión humano. El Dr. George Annas, de la Universidad de Boston, observó: "Como los embriones humanos clonados son personas protegidas por la Constitución y teóricamente, por lo menos, podrían ser tan "inmortales" como las líneas de células clonadas, ¿sería posible patentar, clonar y vender un determinado embrión humano "novedoso" y "útil"?

La "bioprospección" es una fiebre del oro moderna: los etnobotánicos y otros científicos rastrean los predios, selvas y bosques del Tercer Mundo en busca de especies que puedan servir para mejorar la agricultura del Norte o elaborar valiosos productos farmacéuticos. Un funcionario del Banco Mundial puso como ejemplo las medicinas tradicionales utilizadas en la iglesia copta etíope. "Escrutemos ese bagaje de conocimiento", sugirió, e "investiguemos cómo podría comercializarse". El gobierno de Estados Unidos financia cinco grandes consorcios de la industria y de la Universidad que trabajan con materia prima de los países en desarrollo.

Si bien algo se habla de dar parte de las regalías de las patentes a los pueblos indígenas cuyo conocimiento comunitario se expropió, ese punto de vista es sin embargo otra forma de imperialismo. En las sociedades indígenas este conocimiento biológico es de propiedad colectiva, en lugar de ser un monopolio individual (si bien es posible que sean chamanes individuales quienes lo preserven para la comunidad).

¿Debemos insistir en que estas comunidades desechen sus milenarios sistemas culturales y legales de tipo comunitario y adopten en su lugar un sistema privado, propio del Norte? Han comenzado a hacerse oír enérgicas respuestas a tal arrogancia e insensibilidad.

El 1º de marzo de este año, el Parlamento Europeo votó prohibir la posibilidad de patentar formas de vida. El día del aniversario del nacimiento de Gandhi, en octubre de 1993, medio millón de agricultores indios manifestaron ante las oficinas de la gigante trasnacional Cargill, en contra de la patente de semillas que han sido usadas en sus comunidades durante miles de años y objetando las disposiciones del GATT sobre agricultura y propiedad intelectual. Y una reunión reciente de pueblos indígenas en Fiji reclamó el establecimiento en el Pacífico de una zona de Formas de Vida Libres de Patentes, que abarcara la bioprospección y la investigación en genética humana; se está elaborando un tratado para lograr estos propósitos.

Argumentos de la industria

Los argumentos de la industria de la biotecnología a favor de la posibilidad de patentar formas de vida caen en dos grandes categorías, si bien ambas son variantes del argumento de que el monopolio de una patente ofrece incentivos fiscales necesarios para el progreso. Las categorías son: (1) el negocio presenta riesgos y sin la promesa de tener derechos de patente la industria no podrá atraer el capital necesario para la investigación, el desarrollo y la producción; y (2) de no existir patentes, la sociedad tendría que olvidarse de la posibilidad de contar con nuevos medicamentos, y se perderían vidas y se prolongarían muchos sufrimientos innecesarios.

Frente a estos argumentos aparentemente plausibles, ¿por qué la Asociación Médica Americana concluyó el mes pasado que "No existe evidencia empírica que sustente el argumento de que el sistema de patentes es necesario para estimular la innovación"?

En primer lugar, debemos tener en cuenta que la industria de la biotecnología ha estado enormemente subsidiada por el gobierno a todos los niveles, incluso sin considerar la existencia del derecho monopólico de la patente como una forma extra de apoyo. Casi toda la investigación básica en ingeniería genética ha contado con el apoyo del gobierno federal, ya sea directamente (por ejemplo a través de becas de los institutos nacionales de salud), o indirectamente (permitiendo exenciones tributarias para donaciones privadas con este fin, como la donación de 12 millones de dólares de Bill Gates que atrajo al genetista Leroy Hood a la Universidad de Washington). La mayoría de los laboratorios de los recintos universitarios (donde se hizo casi todo el trabajo original) fueron construidos con fondos federales. La mayoría de los investigadores jóvenes fueron apoyados con becas de los institutos referidos.

Bajo control del público

Nosotros, en nuestra condición de ciudadanos, realizamos la inversión que produjo esta nueva tecnología; entonces, ¿por qué los resultados no se consideran de dominio público y pueden ser utilizados gratuitamente por quien quiera?

Incluso el Consejo de Biotecnología Agrícola (un consorcio de la industria, el gobierno y la Universidad), señaló que un mecanismo de propiedad pública, "que ha sido utilizado ocasionalmente por el gobierno, tiene la ventaja de estimular la actividad innovadora sin otorgar a nadie el derecho a restringir su difusión a los demás, como ocurre con la concesión de derechos monopólicos en el caso de las patentes". Por supuesto, en una época en que la noción de privatización llega a extremos increíbles (incluso la sugerencia de que habría que vender a empresarios privados algunos de nuestros parques nacionales), este argumento podría parecer desubicado. Pero nadie puede negar que es sensato y justo.

Una segunda consideración es que gran parte del trabajo que se lleva a cabo en el sector privado consiste en modificaciones relativamente pequeñas al enorme cúmulo de conocimientos creado con el apoyo de la financiación pública, o desarrollado por las comunidades a lo largo de milenios.

Poco después de la decisión de la Suprema Corte, el Dr. Chakrabarty declaró a la revista People, "Yo simplemente barajé genes, cambiando bacterias que ya existían. Es como enseñarle a tu gato cómo hacer algunas gracias." Y el gran proyecto de Jefferson de que el conocimiento fuera ampliamente compartido y puesto a disposición de todos (como base para otras invenciones), en realidad se vio malogrado por el moderno sistema de patentes en el cual los talentos del buen abogado especialista en patentes se miden por su desempeño para revelar lo menos posible en el cuerpo del documento ¿Para qué dejar que los competidores sepan exactamente lo que uno está haciendo, pudiendo no hacerlo? El libre intercambio de información científica que tiene lugar en las discusiones y reuniones científicas se ha visto sustancialmente afectado por la reticencia a hablar del trabajo de cada uno y por postergaciones en las publicaciones y conferencias mientras no se presenta la solicitud de patente. Los otrora colegas académicos se han convertido ahora en competidores industriales. Según palabras de NABC, "La apertura y el flujo libre de ideas, tan importantes para el desarrollo del conocimiento, están aminorados por este clima de retener la información con la esperanza de llegar a ser su propietario".

Si de salvar vidas se trata

Según un representante de Immunex, "Si desaparecen las patentes, desaparecerá la biotecnología y la gente morirá." Con respecto a asegurar la producción de nuevos fármacos y nuevos milagros salvadores de vidas, es de señalar que, en los últimos 100 años aproximadamente, más del doble del aumento experimentado en la expectativa de vida ha sido producto de la labor cotidiana y desapercibida de los ingenieros civiles (sistemas de agua potable, purificación de las aguas residuales, etc.) más que de los doctores y equipos médicos, y menos aún de los genetistas moleculares. Si salvar vidas fuera realmente el objetivo que estábamos buscando, esta sociedad habría invertido para reducir la mortalidad infantil en lugar de desarrollar la ingeniería genética: un simple análisis costo-beneficio demostraría que por cada dólar gastado se ahorraría mucho más en vidas.

Esencialmente, se trata de un asunto de poder. Y eso lo demuestra el hecho de que la vasta mayoría de las 35.000 muertes infantiles que ocurrirán cada año en este país tienen lugar en ghettos, barrios y reservas para mujeres que no tienen el mismo poder de influencia en el Congreso con relación a las opciones de inversión como el que tienen los biólogos académicos y los capitalistas de Wall Street.

La patente sobre un fármaco puede, de hecho, limitar las posibilidades de la gente común de acceder a la medicación porque el precio puede estar artificialmente inflado debido al monopolio. Este fue claramente el caso del AZT, la primera medicina contra el HIV puesta en el mercado (desarrollada, dicho sea de paso, con fondos federales por el Instituto Oncológico Nacional pero comercializada conforme a un estatuto especial que otorgaba derechos de patente a los distribuidores privados).

Por último, gran parte de esta discusión desemboca en aspectos éticos fundamentales. ¿Un gen es parte de la "vida" o simplemente una pizca de materia química? ¿Nos preocupa que las intrincadas relaciones orgánicas de los ecosistemas sean transformadas en mercancías aislables que pueden ser vendidas al mejor postor, y que eso desacralice la naturaleza? Esta primavera, líderes estadounidenses de varias creencias religiosas -protestantes, católicos, judíos, musulmanes y budistas- expresaron el sentimiento que la mayoría de sus fieles conoce intuitivamente: patentar formas de vida es antiético.

El derecho de patente sobre la vida no es un tema que enfrente a progresistas con conservadores. Elementos tanto de izquierda como de derecha plantean su preocupación por el rumbo por el que los tecnócratas liberales (de la Oficina de Patentes, de los capitalistas inversionistas y de los recintos universitarios) conducen a la sociedad. Son muchas las voces que advierten que es hora de retroceder y evaluar lo que está sucediendo.

(*) Phlip Bereano es profesor de comunicación técnica en la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Washington. Es activista de Seattle Community, especializado en tecnología y temas de política pública.




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