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Análisis / Desarrollo


No. 72 - Segunda quincena de Setiembre 1995

Dilemas del crecimiento

¿Supremacía del mercado o una mayor cooperación?

por Prof. Ajit Singh (*)

Dos tendencias a largo plazo dominaron la economía mundial durante el período de posguerra: la industrialización de los países en desarrollo (el Sur) y la desindustrialización (en el sentido de disminución de la cantidad o proporción de personas empleadas en el sector manufacturero) de los países industrializados más antiguos (el Norte). La evolución de la relación entre estos dos fenómenos y cómo esta relación es manejada por la comunidad internacional constituye actualmente, y más aún en el futuro, un tema central de la agenda económica mundial con miras al nuevo milenio.

Después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, gran cantidad de países del Tercer Mundo se embarcaron en una verdadera revolución industrial: una revolución obstaculizada cincuenta o cien años atrás por las condiciones políticas y económicas imperantes. Varios de ellos, particularmente durante la década del 60 y el 70, hicieron rápidos avances en materia industrial.

Incluso los países del Africa subsahariana, que al término del dominio colonial empezaron con condiciones iniciales sumamente desfavorables, en esos veinte años se las arreglaron para aumentar su participación en la producción manufacturera mundial.

Los llamados países de reciente industrialización (PRI) de Asia y América Latina lograron crear una infraestructura técnica, científica e industrial, capacitar la mano de obra nacional y desarrollar una estructura industrial con una base relativamente amplia. A la altura de la década del 70, estos países se constituyeron en serios competidores del Norte en una serie de ramos de la industria de bienes de consumo y de producción.

Como consecuencia de esta industrialización y de las transformaciones paralelas ocurridas en la agricultura y otros sectores de la economía, el progreso económico general de los países en desarrollo después de la Segunda Guerra Mundial fue bastante grande con relación a los niveles históricos anteriores.

Una conclusión imprevista

De 1960 a 1980, si bien el índice de aumento demográfico de los países en desarrollo fue bastante elevado -cerca del 2,5% anual- el índice de crecimiento de su PIB per cápita fue del 3% anual, lo que equivale aproximadamente a una duplicación de la capacidad productiva cada 22 años. Esto se comparó muy favorablemente con el índice a largo plazo del crecimiento per cápita anual de alrededor del 1,3% que los países industriales de Europa Occidental alcanzaron entre 1850 y 1950.

Entre 1950 y 1980, el Sur superó el récord de 80 años del Norte (de 1820 a 1900) y el adelanto material de estas tres décadas fue mayor que el alcanzado en los trescientos años anteriores.

Esta fue una conclusión imprevista: al final de la Segunda Guerra Mundial había un enorme escepticismo entre los economistas profesionales acerca del desarrollo industrial del Sur. Este pesimismo, aunque por distintas razones, era compartido también por los economistas marxistas.

También había una enorme heterogeneidad en los niveles iniciales de desarrollo económico e industrial entre los países del Sur, y la expansión de la industria hacia estos países estaba lejos de ser uniforme. Con una base de partida muy superior, el éxito industrial de los países asiáticos y latinoamericanos fue mucho mayor que el de los países africanos. Pero incluso muchos de éstos pudieron dar los primeros pasos hacia la industrialización.

En 1980, tan solo diez países del Sur (China, Brasil, Argentina, India, la República de Corea, Turquía, Irán, Venezuela y Filipinas, en orden descendente del volumen de producción de manufacturas) representaban casi el 80% del valor agregado manufacturero; estos mismos diez también constituían el 60% de la población del Tercer Mundo.

Una necesidad social

Los países con sistemas económicos y políticos muy diferentes -economías socialistas, capitalistas y mixtas- y con estrategias industriales igualmente divergentes -orientación hacia afuera o hacia adentro y programas de sustitución de las importaciones- lograron un rápido desarrollo industrial. Pero los logros apenas igualaron las necesidades mínimas de los pueblos del Sur. Para los países en desarrollo, crecer rápidamente es una necesidad social, tanto para crear empleo para su creciente mano de obra como para reducir la pobreza.

A pesar de la desaceleración del aumento demográfico en los últimos años, la mano de obra de América Latina y Africa ha crecido a un promedio del 3% anual. Tan sólo para ofrecerles puestos de trabajo a estos nuevos ingresos al mercado laboral, estas economías deben crecer por lo menos un 6% anual, y más aún para erradicar los actuales niveles elevados de desempleo y subempleo.

La erradicación de la pobreza y la satisfacción de las necesidades básicas mínimas de la gente también requieren tasas de crecimiento más altas. Estudios de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sugieren una tasa de crecimiento anual media del 7%-8%, tan sólo para satisfacer las necesidades básicas del 20% más pobre de la población del Tercer Mundo para el año 2000. Otros estudios demuestran que para que los países en desarrollo crezcan a un 6% anual, su industria tendría que crecer a un 10% anual. Así, la revolución industrial del Sur debe continuar.

La década desastrosa

Para gran cantidad de países en desarrollo, la experiencia real de la década del 80 estuvo en gran medida reñida con esta ambición. En lugar de un aumento, experimentaron una brusca caída de la tendencia del índice de crecimiento de la producción: aproximadamente a la mitad del 7% previsto por los objetivos de la ONU para esa década.

Para los países latinoamericanos y africanos fue una década desastrosa, en que estos países sufrieron caídas considerables del PIB per cápita. Ajustándose convenientemente a los cambios en términos de comercio y pago de factores netos, en 1989 el promedio per cápita de los países latinoamericanos fue un 15% por debajo del de 1980, mientras que en Africa llegó a un 30% por debajo. En esta debacle general, la que sufrió particularmente el golpe fue la industria.

En la década del 90, como consecuencia del ingreso en gran escala de capitales privados a América Latina hubo una recuperación del crecimiento económico e industrial en varios de estos países, si bien sólo uno o dos de ellos mostraron signos de volver a las anteriores tendencias a largo plazo de sus índices.

La situación económica de Africa en esta misma década es aún más desalentadora. Pero en Asia, en especial en las economías de Asia oriental, incluida China, los resultados son exitosos.

Interrogantes claves

¿Por qué los países asiáticos pudieron continuar la revolución industrial, mientras que ésta prácticamente se estancó en América Latina y el Africa subsahariana? ¿Es posible recrear la revolución industrial en esos países? Y, ¿los países asiáticos podrán continuar su revolución industrial en el nuevo orden económico de la posguerra fría?

Contrariamente a la opinión de las instituciones financieras internacionales, varios estudios demuestran que la razón principal de la diferencia intercontinental en el desempeño económico no fueron factores económicos internos sino las conmociones externas producto de cambios fundamentales de las condiciones económicas mundiales que ocurrieron a fines de la década del 70. Estos cambios (cuyo precursor fue la crisis de "Volcker"), emanaron de la adopción de políticas económicas monetaristas muy contraccionistas en Estados Unidos y otras economías de la OCDE. Esto condujo a una prolongada recesión económica mundial y elevadísimas tasas de interés.

En el (no neoclásico) mundo real de flexibilidad salario-precio imperfecta, desequilibrios en el desempleo y la balanza de pagos, estos eventos afectaron a los países en desarrollo a través de cuatro grandes canales: crisis en la demanda de sus exportaciones, la caída consiguiente de los precios de los productos básicos y crisis de las relaciones de intercambio, conmoción en las tasas de interés y crisis de suministro de capital.

Los factores externos

Todas estas conmociones consideradas en conjunto, tanto su dimensión como el impacto negativo que tuvieron sobre las balanzas de pago de las economías latinoamericanas, fueron mucho mayores que en los países asiáticos. Las crisis externas sufridas por los países latinoamericanos durante la década del 80 fueron de enorme magnitud, y les llevó un tiempo considerable recuperarse de los reveses ocasionados. Pero los factores externos siguieron actuando a lo largo de la década del 80.

Las relaciones de intercambio de América Latina decayeron aproximadamente un 20%, las del Africa subsahariana un 30%, y en contraste, los PRI del sur y este de Asia demostraron una leve mejoría. Las crisis externas de América Latina no solo tuvieron un gran impacto sobre la economía real y las perspectivas de crecimiento futuro, sino que también, e igualmente importante, la lucha redistributiva en torno al crecimiento económico reducido distorsionó enormemente el normal equilibrio de las fuerzas políticas de estas sociedades, provocando a su vez una extrema inestabilidad financiera y monetaria y episodios de hiperinflación. Si países ricos como el Reino Unido y Estados Unidos hubieran sido afectados por ese mismo tipo de crisis, probablemente habrían sufrido un período de depresión mucho más prolongado.

Esto plantea las interrogantes básicas que enfrenta hoy en día la economía mundial ¿Cómo revivir la revolución industrial en los países latinoamericanos y africanos? ¿los exitosos países asiáticos podrán sostener su revolución industrial y llevarla a feliz término en el nuevo orden económico de la posguerra fría?

Un período extraordinario

El notable desempeño económico de los países del Tercer Mundo durante el período de 1950 a 1980 (la Epoca Dorada del capitalismo de posguerra) tuvo lugar en condiciones internacionales extraordinariamente favorables. Entre 1950 y 1973 hubo una expansión de la producción y el consumo sin parangón, a una tasa de aproximadamente 5% anual en los países industriales adelantados. Hubo un largo período constante prácticamente de empleo pleno en la mayoría de ellos y, en varios, de hecho, un exceso de empleo. En países como Francia y Alemania, el 10% de la mano de obra provenía del extranjero.

Los países en desarrollo se beneficiaron del crecimiento rápido de las economías de la OCDE a través de los mismos canales por los cuales se habían perjudicado por el crecimiento lento de dichas economías en el período posterior a la década del 80. El sistema de comercio multilateral del GATT, posterior a la Segunda Guerra Mundial, los benefició permitiéndoles tener acceso más o menos libre a los mercados de los países adelantados sin "reciprocidad". A los países pobres se les permitió utilizar controles de importación contra los países adelantados para proteger sus industrias incipientes. Los Artículos del Acuerdo del FMI les permitían emplear regulaciones cambiarias para proteger sus sistemas financieros.

El sistema internacional financiero y comercial de occidente funcionó aceitadamente y de forma predecible bajo la dirección de una única potencia hegemónica: Estados Unidos. La guerra fría y la contención entre los dos sistemas benefició al mundo en desarrollo, tal como había ocurrido en el período anterior de posguerra con países de Europa Occidental y Japón. El destacado logro económico de Japón y otros PRI del este de Asia fue posible no sólo por el acceso libre de estos países al mercado de Estados Unidos, sino también por su capacidad para perseguir una política industrial activa y sólida, orientada a la exportación. Estos países controlaron el proceso competitivo y utilizaron todo un ejército de instrumentos de política exportadora e industrial sin que el GATT u otros organismos internacionales le opusieran mucha resistencia. Durante este período de contención entre los sistemas de Estados Unidos y la Unión Soviética, muchos países en desarrollo se beneficiaron de la ayuda técnica y económica de ambas partes.

Inversión de tendencia

Comparado con este período, los países en desarrollo están ahora enfrentados a una situación radicalmente diferente en muchos aspectos. A partir de 1973, la tasa de crecimiento de la OCDE y el PIB mundial prácticamente se redujeron a la mitad. Muchos países industrializados, en especial de Europa Occidental, sufren desempleo en gran escala, que en muchos de ellos alcanza cifras de dos dígitos.

Los trabajadores, sindicalistas y público en general de los países industrializados culpan cada vez más a los productos elaborados con mano de obra barata de los países en desarrollo por esta pérdida de puestos de trabajo o por el estancamiento de los salarios reales. A diferencia de las décadas del 50 y del 60, en que los países en desarrollo temían el comercio libre con los países adelantados, ahora son los países adelantados los más preocupados por los efectos negativos de un régimen de comercio liberal, tal como lo resumió Ross Perot y Pat Choate en su crítica al Tratado de Libre Comercio de América del Norte

En muchos países adelantados se exige protección de las importaciones del Tercer Mundo, que a menudo adopta la forma de exigencias de cumplimiento de normas laborales o ambientales a los productos del Tercer Mundo. Ahora Estados Unidos reclama reciprocidad de parte de sus interlocutores comerciales, incluso los países pobres.

A pesar de las concesiones del Acuerdo Multifibras, la Ronda Uruguay, desde el punto de vista del Sur, representa un retroceso importante incluso con relación al comercio de productos manufacturados. Además, tal vez gran parte de las medidas de promoción de las exportaciones y de política industrial utilizadas en el pasado por Japón y los PRI de Asia oriental ya no sean permitidas por las nuevas disposiciones de la OMC.

Por lo tanto, resulta evidente que las posibilidades de reanudar la revolución industrial en América Latina y el Africa Subsahariana y continuarla en Asia aumentarán en la medida que haya empleo pleno en los países industrializados y sus economías experimenten un crecimiento económico rápido.

La pos-Guerra Fría

Además de las ventajas que esto traería al Sur, existen también otras consideraciones importantes que apuntan en la misma dirección.

El juego competitivo entre el Norte y el Sur, y entre los estados nacionales, en general se juega de forma cooperativa, no de suma cero, sólo cuando la economía mundial crece rápidamente y en los principales países existe más o menos empleo pleno. Pero si el desempleo es generalizado y la economía mundial crece lentamente, como ocurre ahora, el resultado será de conflictos y retroceso a un proteccionismo ad hoc de juego de suma no cero. Un crecimiento económico más acelerado y finanzas públicas más saneadas pueden tornar más generosos a los países ricos. Un crecimiento más acelerado de la OCDE podría provocar una mejoría de las relaciones de intercambio del Sur que alcance como para compensar los reducidos flujos de ayuda.

Pero ¿cuáles son las perspectivas de recuperar el pleno empleo en los países industrializados e incrementar su crecimiento económico en este orden económico internacional de la pos-Guerra Fría?

En términos generales, este orden económico es una continuación del modelo de supremacía del mercado de Reagan y Thatcher, que los países industrializados han instituido paulatinamente, tanto internamente dentro de sus propias economías como externamente en la economía internacional, acompañando el libre movimiento de bienes, servicios y capital, pero no mano de obra.

Libre mercado y empleo

Sin embargo, es poco probable que este modelo de supremacía del mercado reestablezca el pleno empleo en la economía de la OCDE. La economía mundial ahora está mucho más integrada que en el período de 1950-1980. Contrariamente a la opinión de las Instituciones de Bretton Woods de que una mayor integración económica conduce a una utilización más eficiente de los recursos y a un crecimiento económico más acelerado, el ritmo de la tendencia del crecimiento desde 1980 ha sido la mitad de la del período anterior. La economía de la OCDE en el marco de ese modelo de supremacía del mercado no sólo ha estado caracterizada por tasas de crecimiento con mayor tendencia a la baja, sino que también han sido mucho más insustentables.

El tema central para la comunidad mundial es si es posible recrear el período dinámico asociado con empleo más pleno. Ese período de empleo pleno y economía dinámica fue el resultado de un régimen económico único, un nuevo modelo de desarrollo muy diferente del que prevaleció en los años entre las dos guerras mundiales y del instituido en los últimos quince años. En ese régimen hubo un rápido crecimiento de la productividad y de las existencias de capital por trabajador y un rápido aumento tanto de los salarios reales como de la productividad. Estos dos elementos garantizaron una tasa de lucro constante e igual crecimiento del consumo y la producción.

Pero esa vía macroeconómica de crecimiento sólo podía perpetuarse si era compatible con la conducta de los agentes económicos individuales: empresas, trabajadores y consumidores. Esto fue asegurado mediante un pacto social en torno generalmente a convenios institucionales cooperativos para establecer salarios y precios. De igual forma, a nivel internacional, bajo el liderazgo de Estados Unidos (como potencia hegemónica), los sistemas económicos mundiales funcionaron bajo convenios monetarios y comerciales estables.

Un nuevo consenso

El proceso de ruptura de este consenso comenzó antes de la crisis del petróleo de 1973. El sistema monetario de Bretton Woods se quebró a fines de la década del 60, en parte como consecuencia del éxito de la Epoca Dorada y en parte como resultado de la desaceleración de la productividad en varios países industrializados a fines de los 60, que no fue acompañada por la desaceleración de la tasa de crecimiento de los salarios reales, creando así una reducción de los márgenes de beneficio. El fin de la Epoca Dorada fue el resultado de sucesos que invadieron el marco institucional existente.

En la situación actual, la reducción del desempleo en gran escala en el Norte exige una tendencia en alza de la tasa de crecimiento de la demanda y la producción en los países de la OCDE. Pero esto no se logra simplemente con cambios en las políticas fiscal y monetaria de los principales países industrializados.

Sin un marco institucional nacional e internacional apropiado, la aplicación de tales políticas simplemente daría como resultado un brusco aumento de los precios de los productos básicos, un aumento de la conflictividad sindical y mayor inflación. En lugar del modelo de supremacía del mercado, la recuperación del pleno empleo con inflación moderada requiere que en cada país se logren convenios institucionales de mayor cooperación en los que intervengan trabajadores, empleadores y gobiernos, y relaciones de mayor cooperación entre los estados nacionales, dentro del Norte y entre el Norte y el Sur.

Esa tarea sin duda es ardua, pero no es imposible. Si bien las Naciones Unidas y sus organismos, como la OIT, están en condiciones de prestar asistencia a esta empresa, las instituciones de Bretton Woods, en la medida que están casadas con un modelo de supremacía del mercado, lamentablemente son parte del problema, y no su solución.

Fuente: Red del Tercer Mundo (*) Extracto de la ponencia del Prof. Ajit Singh, catedrático de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Cambridge, titulada "Supporting the South's Industrial Revolution after the Cold War: Developing countries and the Emerging New International Economic Order" presentada en una conferencia internacional realizada en Atenas en Mayo con motivo del 50º aniversario de las Naciones Unidas. Se publica con la debida autorización del autor.




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