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Análisis / Desarrollo


No. 69 - Primera quincena de Agosto 1995

FMI, BM y OMC

Aferrados a época de oro que nunca existió

por Chakravarthi Raghavan

Para los "teólogos del desarrollo" de las instituciones de Bretton Woods y de la OMC, el siglo XIX fue la "edad de oro" del capitalismo y quieren resucitar esa época dorada, que insisten en presentar como un resultado de los principios y filosofías de "mercado y comercio libres".

La añoranza de los economistas neoclásicos -adeptos a la escuela de la política comercial- de la "época de oro" surge de los documentos internos o de política del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional (FMI), así como de los pronunciamientos de los líderes de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y sus economistas.

El último Informe Mundial del Desarrollo, de 1995, no es una excepción, pues dedicado a demostrar que los trabajadores del mundo, tanto del Norte como del Sur y del Este, se verán beneficiados (si tienen fe y algo de paciencia) si sus países practican los principios de "mercado libre y comercio libre", liberalizan sus sectores económicos y aseguran la flexibilidad del mercado laboral.

Un subtítulo del capítulo sobre el mercado laboral mundial emergente plantea el siguiente interrogante: "¿Una nueva época de oro traerá convergencia?" Pero la pregunta no es sobre la "nueva época de oro" sino sobre si dará lugar a la "convergencia", que según el informe es una noción "cara a los economistas (...) y odiada por los demagogos de los países ricos" (dando a entender así hacia dónde apuntan sus inclinaciones). Pero esa "experiencia pasada, no obstante, no sustenta ni las esperanzas de los primeros ni los temores de los últimos".

El informe introduce sus teorías del desarrollo y las políticas y estrategias gubernamentales "orientadas al mercado", ya enunciadas en el Informe Mundial sobre el Desarrollo de 1990 y en el posterior Milagro del Lejano Oriente. En este último, los economistas pretendieron tener la palabra final sobre las razones del éxito de las economías asiáticas del Lejano Oriente. Tales afirmaciones despertaron un agitado debate al que se sumó el BM por corto tiempo, para abandonarlo cuando varios reconocidos economistas y especialistas del Ministerio de Cooperación de Japón cuestionaron seriamente sus actos y puntos de vista.

El reiterado enfoque "orientado al mercado" y "orientado al crecimiento" también invade el Informe Anual para el Desarrollo de este año.

De hecho, su nuevo presidente, James D. Wolfensohn, quien asumió el 1º de junio, redactó un prefacio donde afirma que el Informe se apoya en investigaciones anteriores del Banco, "en especial la del Informe Mundial sobre el Desarrollo de 1990".

Trabajadores, sindicatos y Estado

El Informe de este año se centra en el papel de los trabajadores, los sindicatos y el Estado. Se acepta la legitimidad de los gremios, las negociaciones colectivas y las normas laborales básicas, siempre y cuando se trate de sindicatos de los centros de trabajo y no agremiaciones sectoriales que detenten un poder de negociación "monopólico", imponiendo sus opiniones sobre el Estado y los empleadores. Esto, según el Banco, es lo que da "rigidez" al mercado laboral e impide la contratación y el fácil despido de personal.

Tales opiniones constituyen un corolario natural de la teología económica del BM y sus economistas, que puede aceptarse y creer o rechazarse pero, al igual que todas las religiones monoteístas, no puede cuestionarse.

Se basan en lo que sucedió durante la "época de oro" en los países industrializados, en lo que es actualmente el Tercer Mundo y en por qué se beneficiaron los primeros pero no el último.

Sucintamente, los países industrializados se beneficiaron porque practicaron la teoría del mercado libre y el comercio libre, y el Tercer Mundo (en su gran mayoría colonias donde de hecho los países industrializados determinaron la política estatal predominante) fracasó por haber alcanzado una "integración superficial".

Los trabajos de preparación del Informe Mundial sobre el Desarrollo, que se publica anualmente en el mes de junio, comienzan casi un año antes. Se efectúa entonces la elección del tema, del encargado o encargados de dirigirlo, de los economistas y otros responsables de redactarlo, y la "Congregación de los Fieles" del Banco, como le llaman sus detractores, que estudiará la versión final, antes de su publicación, para asegurar la conformidad.

Errores y correcciones

Pese a que el personal altamente remunerado del Banco -con efectividad laboral asegurada y abultadas sumas al momento de la jubilación o en caso de no renovación del contrato- adhiere a la fe y se refiere de los beneficios de la flexibilidad del mercado laboral, también aprende y modifica sus opiniones.

En la versión "casi última" de diciembre de 1994 del Informe Mundial sobre Desarrollo de 1995, existían referencias a la pasada época de oro (1850 a 1900) y a la participación de los países en desarrollo, en especial de Africa y Asia, en el "proceso de integración a escala mundial" de ese entonces, e incluso a la desindustrialización que tuvo lugar en China e India, mientras que los países latinoamericanos se quedaban muy atrás de las economías centrales.

Esa versión contenía llamativos conceptos acerca de la integración regional y a escala mundial, utilizando el ejemplo de México con relación al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), y un capítulo con el título de "Corrientes de capital ayudan a los trabajadores que se ayudan a sí mismos", con ciertos pasajes en los que se daba a entender que el trabajador que produce los bienes también los exporta.

Es posible que los economistas del Banco nunca hayan sido trabajadores y no saben, más allá de su teoría, cómo producen los trabajadores, quiénes venden sus productos y, si son exportados, quién se encarga de eso. No saben que ni siquiera los trabajadores independientes exportan; sólo los representantes, compradores en representación de importadores extranjeros y, ahora, en forma directa las trasnacionales, o a través de subcontratos.

La versión publicada del Informe Mundial para el Desarrollo eliminó algo de esto, como lo demuestra una rápida ojeada a la versión final. Cambió el título del capítulo, que ahora se refiere a la "Movilidad del capital: bendición o maldición"; evita algunas de las loas anteriores a las políticas de México y a las corrientes de capital que ingresaron a ese país y a América Latina en general.

A raíz de la crisis del peso mexicano y de sus secuelas, y con algunas explicaciones con efecto retroactivo, basadas en versiones nuevas de los hechos y cifras del pasado, el Informe Mundial sobre Desarrollo sostiene: "Algunos tal vez aprendan la lección de la crisis monetaria de 1994-95 que afectó a México, en cuanto a que la integración profunda, al estilo del TLCAN, aumenta la vulnerabilidad de un país. Pero esto sería una mala lectura del episodio. El TLCAN alentó a los inversores a dirigirse a México, pero hubo también enormes flujos de capital a otros países durante el período de entusiasmo por los mercados emergentes y las bajas tasas de interés de Estados Unidos. México hizo crisis, pero Chile no, porque la política macroeconómica y del sector financiero de México era débil, mientras que la de Chile era vigorosa".

Aún si ignoramos las pasadas alabanzas del FMI y el BM a las políticas mexicanas y su milagro, y tomamos estos hechos como la verdad revelada, el Informe tiene lo siguiente para decir: "Además, la participación de México en el TLCAN sin duda contribuyó a la situación una vez estallada la crisis, tanto porque facilitó la preparación de un paquete de rescate como porque impidió que se diera un cambio importante de política. Ese cambio hubiera tenido consecuencias mucho peores para el empleo..."

Los ministros de Hacienda de los países en desarrollo deberían leer este informe -cosa que generalmente no hacen- porque allí se da por sentado que otros países en desarrollo forzados a liberalizar el sector a través de la OMC, no pueden esperar que se les asegure un salvataje de la magnitud y con la presteza como el que recibió México (los críticos ya lo sabían).

La "edad de oro": ¿liberalismo o proteccionismo en Europa?

La versión de diciembre del Informe Mundial sobre el Desarrollo de 1995, al referirse a la "edad de oro" de 1850-1900 y la integración a escala mundial del ahora Tercer Mundo, increíblemente ni siquiera menciona que fue la época del colonialismo sobre gran parte de Africa y Asia, el período posterior a las guerras del opio de Gran Bretaña en China y la consiguiente dominación de los europeos sobre China desde Shanghai, así como el período de los tratados desiguales y el neocolonialismo sobre América Latina.

En la versión final, algunos de los pasajes de la "época de oro" fueron eliminados, y ésta parece sobrevivir sólo en el subtítulo. Pero el tema y las ideas no cambiaron y es posible encontrarlas en los argumentos y en las conclusiones.

Pero, ¿qué sucedió realmente en esa "edad de oro", particularmente con la doctrina del "comercio libre" y su práctica en los países centrales? Y, ¿los países centrales se industrializaron y prosperaron gracias a la política y práctica del comercio libre?

Según Paul Bairoch, profesor de la Universidad de Ginebra (quien también hizo algunos trabajos en la Secretaría del GATT), en dicho período del siglo XIX, el comercio y el mercado libres constituían una excepción, y el proteccionismo era la regla del mundo industrializado en toda Europa (salvo Gran Bretaña) y en Estados Unidos.

En su libro "Economics and World History: Myths and Paradoxes" (La economía y la historia del mundo: mitos y paradojas) publicado en 1993, Bairoch sostiene que la política comercial de Europa alrededor de 1815 estaba basada en el proteccionismo.

Liberalismo y depresión

El liberalismo se impuso en Gran Bretaña aproximadamente en 1840 (cuando era líder de la revolución industrial, con una producción per cápita en 1830 de aproximadamente 250% más que el resto de Europa, comparada con el 110% de 1800). Si bien teóricamente, el liberalismo británico se extendió al continente entre 1846 y 1860 y con el tratado de comercio anglofrancés de 1860 hubo un "interludio del comercio libre europeo" entre 1860 y 1879, fue tan sólo un interludio.

El proteccionismo volvió al continente a partir de 1879, y el período que va de 1892 a 1914 se caracterizó por una política proteccionista en el continente y de liberalismo en el Reino Unido.

Pero desde 1875-1877 en adelante, el crecimiento económico británico se desaceleró considerablemente y las exportaciones a Europa y Estados Unidos decayeron, si bien las exportaciones al Imperio Británico aumentaron notablemente.

Contrariamente a los mitos propagados por los economistas neoclásicos, afirma Bairoch, la gran depresión europea comenzó en 1869-1873 -cuando las políticas comerciales de Europa alcanzaron un grado de liberalismo sin precedentes, igualadas sólo después de 1962-, y fue más severa y larga que la de los años 30.

No sólo se produjo un serio enlentecimiento del crecimiento económico, sino -paradójicamente en una época de mayor liberalismo- una disminución del comercio internacional.

Estados Unidos, que no había sido parte del movimiento del comercio libre sino que aumentó su proteccionismo, mantuvo un fuerte crecimiento durante la depresión europea.

La Europa continental comenzó a experimentar nuevamente síntomas de crecimiento recién cuando retomó e intensificó su proteccionismo -el período desde 1889-92 hasta 1913-, si bien el crecimiento en Gran Bretaña, con su adhesión al comercio libre, fue más lento.

Liberalismo comercial en el Tercer Mundo: fracaso total

Por último, pero no por ello de menor importancia, dice Bairoch, en el siglo XIX la experiencia de liberalismo comercial en el Tercer Mundo fue un fracaso total. La apertura de las economías de estos países a las exportaciones manufacturadas del mundo industrializado fue la causa de su falta de desarrollo. Fue un período de desindustrialización y cambios estructurales que hicieron más difícil su posterior desarrollo.

En otros tramos de su libro, señala que el Imperio Otomano impuso un gravamen de sólo un 3% o 4% de los aranceles de las importaciones, e incluso fue elogiado por los practicantes del comercio libre de esa época. Pero también sufrió un proceso de desindustrialización.

El Informe Mundial sobre el Desarrollo, en la versión final publicada, (en los párrafos del capítulo 7, "¿La nueva época de oro traerá convergencia?"), dice que la participación de los países en desarrollo en las primeras etapas de la integración a escala mundial de 1850 a 1900 (sin hacer ninguna referencia a la época colonial), fue "superficial y a menudo basada en relaciones de intercambio desfavorables", las exportaciones eran exclusivamente de productos primarios y el capital ingresó principalmente para apoyar dichas actividades: mejorar la capacidad para la extracción de los recursos naturales y conservar el apoyo de gobiernos amigos.

El informe continúa argumentando que los países en desarrollo, a través de la integración a escala mundial (actual) -que según dice es inevitable-, tienen la oportunidad de desempeñar un papel mucho más activo con los cambios de política de sus gobiernos (¿más reformas?) y la reacción de los países industrializados.

Al refutar algunos de estos mitos de los economistas neoclásicos, Bairoch afirma que no fueron las relaciones de intercambio comercial las responsables del subdesarrollo del Sur. De hecho, él sugiere que el informe de la Liga de Naciones sobre este punto -publicado después de la guerra y utilizado por Raúl Prebisch para su tesis sobre subdesarrollo y relaciones de intercambio adversas- fue en realidad un cálculo mal hecho, por haber tomado sólo algunos datos británicos.

Señala que si bien desde 1955 la prosperidad del mundo industrializado se basaba en materias primas baratas del Tercer Mundo, la industrialización del mundo desarrollado se basó no en materias primas baratas de las colonias y del Tercer Mundo sino de sus propias materias primas (hierro, energía, algodón de Estados Unidos, etc.). El Tercer Mundo exportó productos alimenticios más que materias primas para la industria.

Las economías forzadamente liberalizadas del Tercer Mundo tuvieron poco o ningún derecho de importación sobre las exportaciones manufacturadas baratas de Europa, lo que provocó su desindustrialización. Y si bien América Latina era nominalmente libre, la existencia de tratados comerciales desiguales con Europa la obligaban a aplicar aranceles bajos de su parte, lo que atentó contra su proceso de industrialización o bien lo impidió.

En cuanto a las estrategias de crecimiento orientadas a las exportaciones y el comercio libre (impuestas por el FMI y el Banco Mundial en el marco de sus programas de reforma), Bairoch señala que es casi seguro que durante el siglo XIX, contrariamente al modelo clásico, el libre comercio coincidió y probablemente fue la causa principal de la depresión, y el proteccionismo la causa principal del crecimiento y el desarrollo para la mayoría de los países hoy desarrollados. La única excepción fue Gran Bretaña, que en 1846 tenía una gran primacía sobre el resto del futuro mundo desarrollado.

Esto no significa, dice, que el proteccionismo puede ser siempre equiparado a crecimiento económico y el liberalismo a estancamiento. En el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, la política de comercio liberal tuvo un impacto positivo en Europa Occidental.

Pero el argumento clásico en contra del proteccionismo y a favor del libre comercio es "anti-histórica y teórica..."

En cuanto a las estrategias orientadas a la exportación de los cuatro dragones asiáticos, Bairoch señala que la expansión de la producción manufacturera del Tercer Mundo se hizo a través de las exportaciones a los países desarrollados que, por razones políticas, le dieron un acceso relativamente fácil a sus mercados.

Fuente: Red del Tercer Mundo




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