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Nº 181 - Junio 2004

América Latina

Banco Mundial alienta tratados comerciales contrarios al desarrollo

por Eduardo Gudynas

Las negociaciones de un tratado de libre comercio entre Colombia, Ecuador y Perú con Estados Unidos son alentadas por el economista jefe para América Latina del Banco Mundial, Guillermo Perry. Se cae así en una serie de contradicciones ya que las propias evaluaciones del banco demuestran que las reformas comerciales y mercantiles ensayadas en América Latina no han tenido buenos resultados, pero se acentuarían bajo los acuerdos comerciales. Pero además, tanto Perry como el Banco Mundial fueron importantes propulsores de las reformas que ahora cuestionan. Si realmente aplicaran las conclusiones de sus evaluaciones, el Banco Mundial debería oponerse a los actuales tratados de libre comercio.

Comenzaron las negociaciones de un Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Colombia, Ecuador y Perú con Estados Unidos. Las tratativas, prometidas por Washington en la fallida Conferencia Ministerial del ALCA en Miami (2003), hacen que se refuercen las crecientes discusiones sobre las estrategias de desarrollo que debería seguir América Latina. Mientras que distintas agrupaciones productivas y ciudadanas alertan sobre los peligros de ese acuerdo, los sectores gubernamentales viven el proceso con optimismo, y varios organismos internacionales, como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Banco Mundial lo alientan.

Aprovechar la oportunidad

En tanto los países andinos llegan a la mesa de negociaciones enfrentando dificultades económicas y políticas, se esperaría un apoyo de los organismos internacionales para fortalecer sus posiciones. Por el contrario, los mensajes del Banco Mundial y el BID insisten en “aprovechar la oportunidad” más allá de las situaciones concretas de cada país. Un buen ejemplo lo constituyen las recientes declaraciones de Guillermo Perry, economista jefe del Banco Mundial para América Latina, quien sostuvo que “no se puede esperar a estar perfectamente preparados” para un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos (Entrevista en Lecturas, El Tiempo, Bogotá, 16 mayo 2004). El economista colombiano fue más lejos sosteniendo que esa negociación es “como el matrimonio: uno nunca está suficientemente preparado y si espera a estarlo deja pasar las buenas oportunidades”.

Lamentablemente es cierto que los países andinos no están “perfectamente preparados” para abordar un tratado de libre comercio con Estados Unidos. La asimetría entre esos países es enorme: la población de las tres naciones andinas totaliza 86 millones de personas, mientras que Estados Unidos es tres veces más grande; el PIB total representa poco más de 161.000 millones de dólares, mientras que el de Estados Unidos es 66 veces más grande. Otro tanto sucede con el comercio internacional, donde Colombia, Ecuador y Perú muestran una fuerte dependencia de sus ventas a Estados Unidos. Ante una situación como ésta, las afirmaciones de Perry sobre el “matrimonio del libre comercio” dejan muchas dudas tanto sobre sus conceptos referidos a la vida en pareja como sobre la fundamentación económica de un tratado de libre comercio.

Reformas comerciales y desarrollo

La lógica del Tratado de Libre Comercio implica avanzar en acuerdos del tipo del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), acentuando estrategias basadas en el mercado que dejan a los gobiernos nacionales en posiciones secundarias. No deja de ser dramático que desde el Banco Mundial se alienten esos procesos a pesar de que sus propios datos indican que la apertura comercial unilateral y las demás reformas de mercado no tuvieron resultados positivos. El propio Perry reconoce que la apertura comercial “no rindió los frutos esperados”, admitiendo algo que durante años denunciaron muchos especialistas: alteraciones por sobrevaluación de las monedas nacionales, crecimiento descontrolado de las importaciones y destrucción del aparato productivo local. Perry avanza todavía más al sostener que el comercio “no es el motor del crecimiento”, apuntando en cambio a la educación y la técnica.

Estos datos se pueden encontrar en la evaluación sobre las reformas orientadas al mercado que emprendió América Latina desde mediados de 1980 que ha realizado Perry y otros técnicos del Banco Mundial. Perry afirma que esas reformas “contribuyeron al crecimiento, pero menos de lo que pregonaron quienes las impulsaron”, donde el “resultado fue modesto porque no se contemplaron bien las interrelaciones de las reformas entre sí, con la política macroeconómica y con otros determinantes más profundos del crecimiento”. Agrega que faltó visión más amplia de “estrategia de desarrollo” y se sobrevendió lo que las reformas podían lograr por sí solas.

Perry incluso llega a admitir que hubo un exceso de ideología neoliberal, “exagerando las virtudes del mercado y subestimando el rol del Estado, especialmente a principios de la década”. Esta afirmación es notable por dos motivos. El primero es que el Banco Mundial fue uno de los más fuertes propulsores de todas esas reformas de mercado. Alentó, presionó y hasta financió la generación de nuevos mercados y la apertura de aquellos que estaban regulados, estuvo presente en crear nuevos marcos legales que permitieron decenas de privatizaciones, implantaron sucesivas generaciones de “gerentes” que invadieron áreas como la salud o la educación, insistieron en demoler mecanismos de protección económica y felicitaban la apertura comercial unilateral.

Pero también es remarcable que Perry reconozca esos problemas, ya que fue uno de los promotores de muchos de esos cambios desde el Banco Mundial. Recordemos que el economista colombiano fue uno de los autores principales de estudios claves del Banco Mundial que promovían una nueva generación de reformas mercantiles. El primer y más destacado aporte fue “La larga marcha: una agenda de reformas para América Latina y el Caribe para la próxima década”, redactada por Shahid J. Burki y Perry, y publicada en 1997. Un año más tarde, los mismos autores publican “Más allá del Consenso de Washington: la hora de la reforma institucional”, y finalmente editan en 1999 con W.R. Dillinger “Más allá del centro: descentralizando el Estado”.

En todos esos textos se pregona una reforma orientada al mercado con una presencia estatal y social funcional a los mecanismos de mercado. Es cierto que Burki y Perry no llegan al extremo de proponer anular los gobiernos, y por el contrario, insisten con su presencia, pero reformándolo para hacerlo funcional al mercado. Por ejemplo, en el documento sobre reforma institucional se postula que éstas son fundamentales “para mejorar la competitividad del sector privado, aprovechar los potenciales beneficios de las reformas económicas” y “reducir la vulnerabilidad financiera de la región”.

Justamente esa receta fue la que se difundió en casi todos los países: un estilo de desarrollo heterodoxo, recostado sobre el mercado y con una presencia estatal restringida a algunos sectores, en muchos casos débil e ineficiente. Los informes de Burki y Perry postularon algunos mecanismos interesantes (como políticas fiscales procíclicas en tiempos de aumento en el precio de los commodities), junto a muchos otros muy tradicionales (privatizar los bancos estatales, desregulación del mercado laboral, crear mercados de tierras como alternativa a la reforma agraria, etc.). En ese camino, las acciones para lidiar con la pobreza siempre tienen un tono reparatorio y compensatorio.

Los análisis más recientes del Banco Mundial brindan datos que conforman una cantera de evidencias sobre el fracaso de esas reformas, tanto a nivel económico como social. El caso más notables es la versión final del informe “Desigualdad en América Latina y el Caribe”, editado pocos meses atrás, y donde todos sus datos apuntan al fracaso de las reformas de mercado, aunque las conclusiones de los economistas del Banco vuelven a torcerse hacia esos mismo métodos. El fracaso de esas reformas es a veces admitido por los técnicos del Banco en entrevistas, en otros casos lo susurran en las conferencias. Pero se muestran incapaces de realizar las obvias asociaciones entre sus datos y la realidad que les rodea, y la construcción de políticas en desarrollo. Cuando deben pasar de los datos de sus cuadros hacia las propuestas de acciones, siempre vuelven a caer en los escenarios mercantiles, demostrando no sólo poca imaginación en innovar con nuevas propuestas sino también una escasa rigurosidad conceptual en manejar la evidencia. Parecería que adolecen de una dificultad insalvable en aventurarse en una discusión sustantiva sobre las bases y fines del desarrollo.

El problema esencial es que el formato de los tratados de libre comercio, como el acordado con América Central, refuerza los mecanismos de mercado y dejan casi sin espacio a las políticas de desarrollo acordadas entre varios países. En un tratado de libre comercio no existen “políticas comunes” sino tan sólo relaciones comerciales, las que muchas veces se tornan competitivas, y por lo tanto, con ganadores y perdedores. Por esto, Perry está profundamente equivocado: un tratado de libre comercio no permite un “matrimonio”, ya que impide contar con sujetos políticos estatales que permitan acordar una vida en común. Los acuerdos de libre comercio son, por el contrario, relaciones pasajeras, basadas en la búsqueda de la ventaja.

Las posiciones del Banco Mundial, como las del BID, de alentar acuerdos bajo el formato de los tratados de libre comercio son incluso contrarias a sus propias declaraciones de enfatizar la lucha contra la pobreza. En esos convenios no existen componentes sociales, los flujos comerciales no están acotados a metas sociales, e incluso se han rechazado las restricciones laborales. Otro tanto sucede con las declaraciones de esos bancos sobre la protección ambiental (el actual formato de los TLC ignora los aspectos ecológicos). Por lo tanto, si los bancos tomaran en serio sus propios análisis y sus objetivos de desarrollo, deberían denunciar los actuales tratados de libre comercio y trabajar por acuerdos verdaderos de integración.

---------------- Eduardo Gudynas es analista de información en D3E (Desarrollo, Economía, Ecología y Equidad América Latina).




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