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Nº 206 - julio 2006

“No cifren sus esperanzas en la Ronda de Doha”

por Robert H. Wade

El precio del fracaso de concertar un acuerdo dentro de los parámetros actuales de las negociaciones de la Ronda de Doha sería ciertamente elevado para los países desarrollados, pero no queda claro que sería elevado para la mayoría de los países en desarrollo.

Para quienes están pendientes de las negociaciones multilaterales de comercio, el aire está espeso con los comentarios sobre la crisis de la Ronda de Doha. ¿Deberíamos cruzar los dedos para que se logre un acuerdo en torno al tipo de trato que las partes están negociando? Pascal Lamy, el Director General de la Organización Mundial de Comercio (OMC) dice que el “fracaso” tendría un costo muy alto.
La pregunta es ¿costo alto para quién? El precio del fracaso de concertar un acuerdo dentro de los parámetros actuales sería ciertamente elevado para los países desarrollados; pero no queda claro que sería elevado para la mayoría de los países en desarrollo.
Para decirlo de manera sencilla, los países que hoy son desarrollados tienen aranceles bajos en sus importaciones industriales y de servicios y aranceles elevados (u otras formas de protección) en las importaciones agrícolas. Mientras que es típico de los países en desarrollo aplicar aranceles sustanciales en las importaciones industriales y de servicios y en algunas importaciones agrícolas.
En la Ronda de Doha, los países desarrollados dicen a los países en desarrollo: “Deben realizar reducciones importantes en los aranceles industriales, de servicios y agrícolas, y luego nosotros haremos reducciones en nuestros aranceles y otros apoyos agrícolas. Esto les dará a ustedes mejor acceso a los mercados para sus exportaciones agrícolas, conforme a su ventaja comparativa, y nosotros obtendremos mejor acceso a los mercados para nuestras exportaciones industriales, de servicios y agrícolas”.
Los países desarrollados insisten de manera especial en que los países en desarrollo realicen grandes reducciones en materia de protección de las importaciones no agrícolas, tanto como para dar origen al término “acceso a los mercados para los productos no agrícolas”. Los países desarrollados están realizando grandes presiones para que los países en desarrollo acepten las propuestas de las negociaciones en torno al “acceso a los mercados para los productos no agrícolas”.
Las propuestas requerirían que todos, salvo los países en desarrollo más pobres, cambien rápidamente sus políticas arancelarias para llegar a aranceles que sean: (a) muy bajos, y (b) uniformes en todas las industrias (independientemente de las diferencias entre las industrias en cuanto a sus diversas capacidades).
La importancia especial de esto es que prácticamente todos los demás instrumentos de política comercial ya fueron suprimidos, con lo cual los aranceles han quedado como la única opción. Los países en desarrollo dependen de los aranceles para brindar apoyo a sus industrias mucho más que los países desarrollados, que pueden echar mano mucho más fácilmente a instrumentos presupuestales como las subvenciones para la investigación y el desarrollo y para el desarrollo regional.
La mayoría de los países en desarrollo enfrentan graves peligros de desindustrialización si aceptan los términos básicos de esta negociación. Corren el riesgo de caer en la “trampa agrícola”: de especializarse más de lo que están actualmente en la producción de materias primas y productos simples, que requieren uso intensivo de mano de obra, y de diversificarse aún menos en la producción de productos más complejos, propios de los países ricos. Esto seguramente convenga a los intereses colectivos de los países desarrollados, pero sería un mal resultado para el mundo.
Lo tomo así, dado que el interés mundial (por lo menos de la especie humana, aunque no necesariamente de los no humanos) favorece una distribución más equitativa de los ingresos y la riqueza. Mi argumento es que es improbable que, para nivelarse, sea posible lograr más rápidamente una industrialización y un crecimiento económico en condiciones de libre comercio, por lo menos por tres razones.
En primer lugar, prácticamente ningún país ha logrado industrializarse y convertirse en “adelantado” sin atravesar una etapa que implique la protección de nuevas industrias básicas. A medida que el sector industrial nacional se fue profundizando, los ahora países adelantados liberalizaron su comercio selectiva y gradualmente.
Por otro lado, las colonias de esos países ahora adelantados (o aquéllos ya densamente colonizados) fueron obligadas a liberalizar sus mercados rápidamente y de manera no selectiva, y experimentaron una desindustrialización acelerada. Es regla general de la industrialización que los países más adelantados intenten abrir los mercados de los países menos adelantados a sus productos, aduciendo que eso es bueno para todos.
En segundo lugar, es poco probable que la industrialización de los países hoy en desarrollo ocurra en condiciones de libre comercio porque ellos tenderán entonces a especializarse en las exportaciones de sus industrias eficientes actuales y de su producción agrícola. Pero su desarrollo ulterior depende de que se diversifiquen en actividades de mayor valor agregado, en las cuales actualmente no son eficientes.
Su diversificación en nuevas actividades tiene pocas posibilidades de darse sin el uso de políticas industriales, en especial los aranceles y otras formas de apoyo. Un estudio reciente de Mehdi Shafaeddin, ex economista de la Conferencia de las Naciones Unidas para el Desarrollo (UNCTAD), de 50 países en desarrollo que realizaron una liberalización sustancial del comercio durante el periodo transcurrido entre 1980 y 2000, reveló que solo el 20 por ciento (la mayoría del este asiático) experimentaron un aumento importante de las exportaciones y del valor agregado de las manufacturas. La mitad de ellos experimentaron una desindustrialización.
La tercera razón es que los países desarrollados han reforzado la protección de las nuevas tecnologías a través del Acuerdo de los Derechos de Propiedad Industrial Relacionados con el Comercio (TRIPS) de la OMC, lo que hace que a los países en desarrollo hoy en día les resulte más difícil acceder a las tecnologías avanzadas que en el régimen más permisivo en que prosperaron los países actualmente adelantados.
Los países en desarrollo deberían resistir con fuerza la agenda del “acceso a los mercados para los productos no agrícolas”. Deberían impulsar normas comerciales que les permitieran mayor flexibilidad para establecer niveles arancelarios acordes con la madurez de sus industrias, y con variaciones en lugar de uniformidad en los aranceles de las industrias, conforme a las diferencias del tiempo que necesitan para su actualización. Y deberían impulsar la flexibilización del Acuerdo sobre TRIPS.
Nadie dice que esas normas comerciales garanticen el éxito. La protección comercial, como cualquier instrumento poderoso, puede ser bien utilizada o puede ser mal utilizada, y tenemos abundantes ejemplos en América Latina, India, Nueva Zelanda y otros lugares donde se ha utilizado de mala manera.
Por otro lado, podemos estar bastante seguros de que obligando a los países en desarrollo a que tomen medidas rápidamente para aplicar aranceles muy bajos en la industria, la Ronda de Doha, de tener “éxito”, empujará a numerosos países en desarrollo hacia la desindustrialización. En cuyo caso, es mejor que “fracase”.
En verdad, existe un peligro real de que su fracaso impulse la proliferación de acuerdos de comercio regionales y bilaterales que tienen aún mayores desventajas para los países en desarrollo (como ya lo hemos visto). Alternativamente, existe un peligro real de que la ronda sea declarada un “éxito” y los países desarrollados dirán: “Ya hemos hecho por el desarrollo; ahora les toca a ustedes hacernos concesiones a nosotros”.
Mirándolo bien, los países en desarrollo deberían estar preparados para retirarse. Luego, el nuevo bloque de principales países en desarrollo podría tomar la iniciativa de iniciar una nueva ronda de comercio multilateral dentro de parámetros más sensibles. De manera que no crucen los dedos para que la Ronda de Doha tenga “éxito”.

-------------- Robert H. Wade es profesor de economía política de la Escuela de Economía de Londres y autor de Governing the Market” (2004).

Ésta es una versión ampliada de un artículo del autor publicado en The Guardian el 3 de julio de 2006.




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